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Pintura

Bajo la piel del arte

Desde 1995 el Museo de Bellas Artes de València ha sometido cerca de setecientas obras artísticas a radiografías e infrarrojos

Bajo la piel del arte

Una radiografía es una fotografía en la que los rayos X atraviesan los diferentes elementos químicos de un objeto. Pueden atravesar la piel formada por material orgánico de alto contenido en elementos de bajo peso molecular como el carbono, pero son absorbidos en mayor medida por los huesos, ricos en calcio. Como el ser humano, también la obra de arte es química, un gran número de compuestos que absorberán los rayos X en mayor o menor medida según su peso atómico. La piel de la obra de arte sería el barniz formado por resinas y aceites orgánicos al que los rayos X atraviesan con facilidad. Y los pigmentos, que interactúan con los rayos X según su origen (si contienen metales más o menos pesados), podrían ser los huesos que quedan al descubierto en las radiografías.

Desde la década de los noventa del pasado siglo, el Museo de Bellas Artes de València somete las obras de arte allí expuestas o almacenadas, así como de instituciones públicas que lo solicitan, a estudios analíticos físicos a través de radiografías de rayos X o reflectografía de infrarrojos. Una de las últimas obras sometidas a este proceso fue el de la Virgen de la Sapiencia de la capilla de la Universitat de València, con el objetivo de determinar si la protagonista de la obra se pintó originalmente embarazada. Pero desde 1996 el museo situado en el antiguo colegio de San Pio V ha sometido a procesos de radiografía e infrarrojos similares a entre 650 y 700 obras.

Según explica la restauradora Pilar Ineba, los objetivos de estos estudios analíticos son tres. Por una parte, ayudar a los expertos a comprender o autentificar una obra, encuadrarla en una escuela, y conocer o autentificar el artista. Por otra, conocer el estado de la obra antes de realizar una restauración. Y por último, estudiar las técnicas artísticas, los materiales de los que están hechos, para averiguar la escuela, encuadrarla dentro del siglo o de las épocas.

Fue 1995 el año en el que el Museo de Bellas Artes de València empezó a trabajar de forma autónoma en este tipo de análisis. «En este museo estamos haciendo radiografías de obras que se iban a restaurar, o para estudiar al artista o para estudiar las técnicas y materiales», señala la restauradora. La institución ha estado radiando principalmente obras del propio museo. «No hacemos para propietarios privados, pero sí para instituciones como el Ivacor por ejemplo, el ayuntamiento, o exposiciones como las de la Luz de los Imágenes», señala Ineba.

Aunque la pintura (tanto sobre lienzo como sobre tabla) es el principal material que se radiografía, el museo también ha radiado telas de la Hispanic Society, muebles de la Iglesia del Patriarca, y tallas de madera. «Hemos radiografiado incluso reliquias -explica la restauradora-. Nos llegó una caja sellada y se sabía que había algo dentro porque hacía ruido cuando la movías. Le aplicamos la radiografía y descubrimos que, efectivamente, había una mano intacta».

Pilar Ineba asegura que una obra de arte es un «paciente» más fácil de manejar que un ser humano. Se puede jugar con el tiempo lo que quiera: ni voy a matar al cuadro al exponerlo a la radiación, ni lo voy contaminar ni él se va a mover». Bajo la piel de las pinturas, las radiografías y los infrarrojos ponen de manifiesto que una creación artística es un proceso vivo y cambiante. «Muchas veces los artistas reutilizaban los lienzos por una cuestión cuestión económica o porque en ese momento lo que había debajo era una porquería. Por eso hemos encontrado muchos lienzos con otras pinturas debajo de la definitiva. Hay un retrato de una señora en el que el artista había pintado una virgen. O cuadros que se han reutilizado y en la radiografía ves un paisaje horizontal y encima un retrato vertical».

Las radiografías también permiten comprobar como la forma de trabajar de los artistas ha ido cambiando con los siglos. Por ejemplo, los rayos X denotan la rigidez técnica de los pintores de los siglos XV o XVI. «Seguían tratados de pintura para prepara pigmentos, para cortar la madera, para elegir que árbol era mejor o peor. Todo eso se ve en las radiografías», explica Ineba. «Hay una técnica muy reconocible en la pintura sobre tablas según las escuelas -añade-. En la escuela valenciana las espigas para unir las tablas eran de hierro y en la castellana de madera. También de estos siglos ves a través de los infrarrojos y las radiografías más dibujos previos, pinceladas pequeñitas, huellas digitales». En cambio, a partir del siglo XIX estas técnicas exponen como los pintores trabajan con más soltura. «La pintura es más suelta, más libre, utilizan pinceles más grandes, incluso el dibujo que se hace con el mismo pincel». Las radiografías permiten comprobar qué hay debajo de la pintura, los incisos que realiza el autor para dibujar por ejemplo una corona o establecer la perspectiva. Pero con la reflectografía de infrarrojos se ven muchos cambios con el dibujo y los dibujos preparatorios. «Hay cambios de iconografías, dentro de las mismas pinturas, pero lo que más se ve son cambios de posición de cabeza, figuras que no estaban al principio dentro de la composición».

Entre los trabajos realizados en los últimos tiempos, Ineba destaca por ejemplo el análisis de una obra de Osona en el que las nuevas técnicas permitieron descubrir que lo que parecía pintura amarilla para reproducir el brillo del sol sobre los tejados de las casas de un pequeño paisaje, era realmente pan de oro. O el Retablo de los Reyes de Perea, que se está restaurando en estos momentos. Y recuerda con mucho cariño el análisis del Autorretrato de Velázquez que se expone en el museo. «Tocarlo tan de cerca es precioso. Es como intimar con el artista. Lo estás mirando y dices: ¿que estaría pensando el artista mientras se pintaba a sí mismo?».

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