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Un 'pura sangre' contra una ballena

«Moby Dick»

teatro principal (valència)

Texto de: Juan Cavestany, basado en la novela de H. Melville. Int: José María Pou, Jacob Torres y Oscar Kapoya. Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan. Iluminación: Valentín Álvarez. Dirección: Andrés Lima.

Esta versión teatral de la novela de Melville me ha hecho repensar algunas cosas sobre uno de sus protagonistas, el capitán Ahab. Digo uno, porque el otro es la conocida ballena blanca, aunque puede que no sea más que una parte de este personaje antitrágico: su vivencia no se produce por lo que Aristóteles denominaba hamartía, sino que él busca la tragedia. No lucha contra el destino, busca el destino.

Solo por lo dicho, y lo que dejo de decir, vale la pena ver este montaje. Incluso con algunas dudas que me produce la resolución teatral. En primer lugar, el texto de Juan Cavestany es magnífico como prosa poética, pero pobre como teatro. Y con algunas contradicciones: el personaje principal a veces realiza un soliloquio y otras hace la función de narrador. Y como ocurre hoy a menudo, es el director quien tiene que subsanar estas deficiencias con ingenio y sabiduría teatral. En este caso, André Lima juega muy bien con sus recursos: su trabajo plástico y atmosférico es imponente. Nos adentra claramente en la potencia del personaje doble, o triple, si contamos con el mar. Y en ese poderoso clímax emerge un José Maria Pou inmenso, incansable, como el personaje que encarna. Siempre que le veo actuar recuerdo los consejos de James Gagney: «actúa siempre sobre las puntas de los pies y nunca te relajes; si te relajas el público también lo hará». Aquí, Pou da una soberana paliza a todo su cuerpo. Nunca se relaja, y si su manera parece a veces excesiva, no lo es, siempre mantiene una intrigante sinceridad. Pou es un «pura sangre» de la escena. Y lo es sobradamente con este inolvidable Ahab. Aunque en esta ocasión disiento de un aspecto de su interpretación: el tono declamatorio elegido. No lo digo solo por ese punto de engolamiento que no precisa la voz del actor, sino por esos finales de frase hacia arriba (algo que solo se le perdona a Nuria Espert). Lo que provoca un tono artificial que no va a favor de la perfecta tormenta corporal que el actor nos lanza, hasta ese hermoso final donde el actor (y su doble) es devorado por la velas, por el destino buscado, sin remedio.

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