El Mundial es algo tan grande que casi todos creen poder ganarlo. El fútbol es tan cruel que un partido te manda directamente a tu triste realidad. Javier Aguirre aseguraba hasta hace unos días que a sus chicos sólo les hacía falta creérselo para llegar muy lejos. Luego ves en acción al Conejo Pérez y observas el trote cochinero de Cuauhtemoc Blanco y te das cuenta de lo pérfida que es la televisión de alta definición y lo alejados de la realidad que pueden llegar a estar los entrenadores de fútbol.

Hemos visto ya a unos cuantos de los supuestos favoritos. Dudo que hayamos visto al campeón. En Francia sólo hay que fijarse en el entusiasmo con que calientan sus suplentes, con el cadavérico Henry a la cabeza, para darse cuenta de que ahí no hay equipo. Argentina tiene a Messi, pero también tiene a Jonás Gutiérrez. Y a Maradona dispuesto a hacer jugar a Jonás Gutiérrez en cualquier lugar del campo. Inglaterra se acerca más al concepto de rival temible. Pero Capello es tanto parte de la solución como del problema. Los pross juegan en colectivo, pero no saben aprovechar el exuberante talento de Rooney, el futbolista más brillante del año en curso y de los pocos días que llevamos de Sudáfrica. Le dijo Wayne a Alan Shearer, metido ahora a presentador, que prefiere jugar solito arriba. Invitación evidente a deshacerse de Heskey.

También dijo que el peso de la responsabilidad lo nota sólo cuando llega a su casa a vivir su vida. En el campo se limita a jugar a fútbol. Y se nota. Verle sobre el césped es una delicia. En medio de la tormenta, yo me acuerdo de Manolito Almunia, que quería ser inglés sin que Fabio hiciera caso de su llanto de navarro despechado.

Hasta ahora se ha premiado a los valientes. Y de esos ha habido pocos. Los ingleses, que merecieron ganar y se toparon con Green. Los coreanos, que desnudaron a una lamentable defensa griega (echamos, por cierto, de menos a Nikopolidis, lo más parecido a George Clooney a este lado del Atlántico). Y Sudáfrica, una vez se deshizo del plomo que lastraba las piernas de unos jugadores acongojados por el peso de la enorme figura de Mandela.

La Roja vela armas, atenta a lo que va pasando. Taimada sonrisa entre sus huestes. Esto no ha hecho sino empezar y es pronto para sacar conclusiones. Pero tenemos derecho a sonreír. Nos lo hemos ganado.

Ah, por cierto. Recordó anteayer Lineker a sus seguidores en la BBC que Argentina sólo ha ganado el Mundial cuando la mascota del mismo llevaba sombrero. La de Sudáfrica no lo lleva. Hemos avisado.