Don Antonio Reig, enciclopedia viva de la pelota valenciana, me contaba los recuerdos de su padre, pelotari de postín en las primeras décadas del siglo XX. Hubo un empresario vasco, afincado en Madrid, que, allá por los años veinte, conociendo la belleza y espectacularidad de la pelota valenciana pensó en construir un gran trinquet en la capital de España. Estaba ilusionado en compartir y expandir este majestuoso espectáculo en unos tiempos en los que todavía no había sido arrinconado por la irrupción impetuosa del fútbol. Reunió a los profesionales de Pelayo, los más destacados de la época: Simat, Lloco, Sueca, Fuentes, El FaixeroÉ y les propuso trasladarse a Madrid para iniciar la singladura: un sueldo fijo, vivienda gratuíta y esperanzas de dinero.

Los pelotaris valencianos respondieron negativamente a la oferta: no les atraía abandonar la tierra propia. Mal que bien aquí tenían su sitio y su sustento. Madrid quedaba muy lejos y quién sabe si aquello funcionaría. Aquel proyecto ambicioso no se realizó: sin pelotaris era inútil construir el trinquete. Probablemente aquella decisión resultó determinante para que nuestro incomparable juego de "escala i corda" quedara, seguramente para siempre, condenado a vivirse en la "intimidad". Nunca volvió a surgir otra oportunidad. La cesta punta, también espectacular, abrió recintos en medio mundo mientras que nuestra modalidad quedaba circunscrita a la geografía valenciana, con una vida que languideció entre indiferencias, destinada a "guanyar-se el jornal". Ahora, con la Ciutat, en un recinto envidiado, este deporte entrañable, sublime, recobra esperanzas de dignificar su futuro. Y el sueldo de los pelotaris.