Alberto Soldado

valencia

La pelota valenciana ya cuenta con su palacio de la ópera. Los viejos trovadores medievales cantaban en calles y plazas, y sólo los más distinguidos, con mayores influencias o ascendencias, tenían acceso a los palacios de la nobleza. Durante siglos nuestra pelota de vaqueta, quien sabe si por culpa de nuestra manera de ser, se conformaba con trinquetes destartalados, en consonancia con la escasa relevancia social y la poca influencia que ejercía entre la noble burguesía capitalina, muy puesta ella contra la ruralidad. Ahora, gracias al empeño democrático, o sea, del gobierno del pueblo,- "demos-kratos"- la vieja "feninde" griega, ha conseguido entrar en los nobles recintos y con dineros del pueblo se ha construido el que hay que denominar ya como Palacio de la Ópera de la Pilota.

Porque lo visto en Moncada, en un día como el de ayer, es un espectáculo integral de belleza: en la forma y en el fondo, por su letra y por su música, por las sensaciones y por las emociones. Hay muchos juegos de pelota a mano; algunos nos unirán con decenas de países, otros mantendrán lozanas las raíces seculares que habrá que seguir cultivando con el esmero de quien se sabe en posesión de un tesoro de valor incalculable, pero para orgullo de los valencianos ninguno puede compararse, ni en fondo ni en forma, a nuestra pelota de vaqueta en su Palacio de la Ópera de Moncada. Escenario que ayer acogió la partida cumbre del año. Y al igual que ocurre con la Scala de Milán, el Liceu de Barcelona o la Ópera de París, a semejante marco corresponde la mejor plantilla. Allí no puede cantar cualquiera.

En esta hermosa representación que fue la final del Bancaixa hubo dos tenores que brillaron de manera sublime. Uno, llegado desde Petrer, tierras del Vinalopó y otro, desde el pueblecito de Benavites, tan cercano a la vieja Saguntum. Los dos se presentaron ante el aristocrático público perfectamente uniformados, conscientes como eran de que en un palacio de nobles no se puede vestir de cualquier manera, no se puede acudir con la camisa fuera. Y ambos lucieron sus mejores galas, sus golpes más exquisitos, sus registros más hermosos. Ambos supieron mantener la cadencia musical progresiva, para finalizar con un acorde majestuoso, un bellísimo remate desde el nueve, de Miguel, colocado en el "palquet", precedido de una demostración de belleza tímbrica, de limpia emisión, dominio técnico y arrebujante musicalidad del Alfredo Kraus de la pilota, o sea, de Daniel Gómez. La suya ha sido, sin duda, una de las más grandes interpretaciones de su carrera, consciente como era del valor sentimental de esta fecha y este lugar.

El registro musical de Miguel habrá que compararlo al de Enrico Caruso - or cierto, gran aficionado a la pelota- viendo lo que vemos con sus remates espectaculares, su profundidad y su seguridad. Así es que, ganaron quienes hicieron honor a las exigencias del palacio que el pueblo les ha puesto a su disposición. Superaron en esta prueba a tres dignos cantantes, a los que, por lo visto, les ha desbordado la majestuosidad del auditorio y la esplendorosa luz de sus compañeros. Algunos como Núñez mostraron la elegancia de sus registros vocales, que empiezan, ley de vida, a acusar el paso del tiempo; otros, como Tato, se asemejarían a esos tenores dispuestos a afrontar una ópera de Wagner y otros, como Santi, con muchas cualidades pero que hay que educar, para acompasar voz y música. Y templar sus agudos a fin de no soltar algún gallo que otro.

Esta función operística acabó con una larga ovación a los triunfadores, con lágrimas de emoción en los vencedores y con la sensación de que este deporte nuestro goza de un privilegio: el que una tenista reconozca en televisión que su deporte es mucho más sencillo que el que se practica en Moncada. O sea que el tenis, al lado de "Bel Canto" del Palacio de la Ópera de Moncada sería algo así como un cuplé de los bulevares de París. El cuplé se puede escuchar en cualquier sitio; el "bel canto" de la pelota, sólo en Moncada.