Extraordinario e incluso desorbitado el botín con el que el Valencia regresó de Granada. Con la ley del mínimo esfuerzo, el equipo de Emery ganó al de Abel Resino. Una victoria que permite salir del bache de resultados en el que el equipo se adentró con la goleada en Barcelona y la derrota con el Sevilla, pero que sin embargo no tranquiliza por la pésima imagen exhibida en la segunda parte. Como en tantos otros partidos, fue verse por delante en el marcador, acomodarse y acabar pidiendo la hora. Sin embargo, los tres puntos maquillan el partido, sirven para seguir viviendo cómodamente en la tercera plaza, tranquilizan el enrarecido ambiente, rompe la racha de seis partidos sin ganar lejos de Mestalla y ayuda a preparar con más comodidad el partido de ida contra el PSV de la Liga Europa. La de ayer fue, sobre todo, una victoria terapéutica.

Echó un vistazo Emery al vestuario y escogió lo mejor que tenía. Daba igual lo cansados que estuvieran los futbolistas, los entrenamientos hechos durante la semana o el hecho de que el jueves habrá que medirse al PSV en la Liga Europa. El técnico, en un momento complicado, optó por lo seguro y alineó a los siete internacionales que estos extraños días se han desintoxicado lejos de Valencia. Y la apuesta inicialmente le salió bien porque precisamente fueron los «top» los que quisieron acabar con la dinámica negativa y sacar adelante el partido.

Los futbolistas, algunos de ellos molestos porque se sienten señalados en las críticas, trataron de imprimir ritmo al partido aunque eso implicara no tener el control absoluto del balón ni el administrar cuando marcar la pausa cuando les convenía. Pero en momentos de descontrol, la superioridad técnica se impone. También es cierto que, cuando la suerte acompaña, todo es más fácil. Si Guaita impidió que Iñigo López adelantara al Granada en el marcador, Julio César ayudó a que Feghouli anotara su quinto gol en la Liga. El argelino, que el miércoles marcó con su selección, prolongó su estado de gracia tras recoger un balón de Jonas —que en más de una ocasión tuvo que retrasar su posición para poder tener contacto con el balón—, recortar de tacón sobre Siqueira y, desde la frontal, chutar con la izquierda —su pierna mala—a Julio César. El brasileño tocó blandito con la mano izquierda el balón pero éste acabó entrando. Un tanto que Feghouli dedicó a Emery, su valedor.

El Valencia ya tenía el partido como quería. Ya podía manejarlo a su antojo. Pero lejos de cerrar el partido —Jordi Alba pudo marcar en un balón bombeado— éste enloqueció y se abrió. En el primer suspiro de la reanudación, Jaime lanzó la pelota al palo en toda una declaración de intenciones. El Granada, muy suelto y alegre, reescribió el guión, embotelló al Valencia y se volcó sobre la portería de Guaita, mientras la segunda parte se tragaba al Valencia. Algo que, lamentablemente, empieza a ser habitual. Y es que, los jugadores empiezan a especializarse en dosificar sus esfuerzos y sólo responden a estímulos. Pero ello conlleva un riesgo. Con un centro del campo superado —Topal y Tino naufragaron tras el descanso—, y con los cuatro defensas con tarjeta, el Valencia se encomendó al olfato goleador de Soldado y al interés de Aduriz -que salió por Jonas— para incomodar a Julio César. Tímidamente. Y es que, sólo el Granada quiso e intentó proponer y hacer algo. El Valencia, impreciso y vulgar, optó por el plan contemplativo. Adormecidos, el equipo se entregó al rival y sólo Guaita se vio obligado a trabajar. Una, dos, tres... el valenciano salvó al Valencia y ayudó con su actuación a que la crisis abierta cicatrizara y no sangrara aún más. El Valencia, como ensalzaron tras el partido los jugadores, es tercero. Y poco más.