La forma de echarse al suelo y revolcarse fue la misma que en Valencia. Pero ahí cambiaron las liturgias de celebración. En lugar de señalar a la grada como en el Ágora, David Ferrer acudió corriendo a los asientos de primera fila para fundirse en abrazos, sucesivamente, con Javier Piles (su entrenador de siempre), Rafael García (fisioterapeuta) y Albert Molina (representante), para acabar besando a su novia, Marta Tornel. A todos ellos los recordó después en la dedicatoria, micrófono en mano.

Marta Tornel no responde al arquetipo de novia mediática de deportista famoso -entre las que no faltan parejas de tenistas de primer orden-, por mucho que su novio gane los euros por millones. Es una joven de Benifaió. Una familia más. Y a ella se la puede seguir viendo despachar en el negocio familiar del pueblo: una óptica. Los que saben destacan que la relación fue muy importante para estabilizar anímicamente a "Ferru", quien había sufrido emocionalmente la ruptura con su anterior pareja.

Si Ferrer le debe a su entrenador, Javier Piles, una buena parte de lo que es como tenista, a la esposa de éste le debe esta relación. Piles y Begoña también son de Benifaió y las dos chicas eran y son amigas. A partir de ahí, es fácil imaginar el desarrollo de los acontecimientos. Pero, tal como hace Rafa Nadal con Xisca Perelló, llevan su relación sin esconderse, pero sin entrar en el juego social. No son carne de revista, algo que el manacorí, a su pesar, no puede evitar por su indudable tirón.

Eso sí, Ferrer sabe elegir no ya sólo la belleza interior, sino la exterior: el pasado verano aparecía como la décimo tercera pareja de tenista más atractiva sin necesidad de ser, como otras novias de raquetistas, modelo profesional.

Ferrer y Marta ya conviven y el jugador ya se refirió a ella, tras la victoria en Valencia, como su "futura esposa".