Catorce minutos le duró la ilusión al Llagostera. Ese fue el tiempo que transcurrió hasta que Adil Ramí, desde cinco metros adelantado a línea del centro del campo, levantó la vista y, al ver a Moragón adelantado, lanzó un balón en largo y lo coló dentro de la malla. Eliminatoria finiquitada.

El Valencia, tras ganar 3-1 con goles de Rami, Valdez y Bernat, y con un cómputo final de 5-1, jugará los octavos de final contra el Osasuna que, el martes, eliminó al Sporting de Gijón. De nada le sirvió al Llagostera el haberse motivado con el video de la machada del Real Unión cuando, en 2008, eliminó al Real Madrid, ni el encerrarse en una sala de cine de un complejo cercano a la Ciudad deportiva del Valencia para ver la película de Clint Eastwood, Golpe de Efecto. Rami precipitó la desilusión y la aventura copera del Llagostera acabó en un choque falto de fútbol y demasiado desigual. Porque Pellegrino, tal como estaba desarrollándose la semana, decidió arrinconar cualquier tipo de pruebas y confiar en un once de garantías con la única concesión a la grada de alinear al canterano Salva Ruiz en el lateral izquierdo. Y es que, el argentino debió pensar que, más vale prevenir que curar. Porque, con la afición de uñas por el ridículo de La Rosaleda, el partido dejaba de ser de puro trámite para convertirse en un examen sobre todo de actitud y predisposición. Dos valores que, esta temporada, vuelven al primer plano, porque el Valencia funciona cuando los jugadores quieren. Ni más ni menos. Herramientas, como defiende Pellegrino, las hay, pero hay que saber utilizarlas. Ese es el problema. Anoche, en un estadio prácticamente vacío, el Valencia se limitó hacer lo que tenía que hacer. Y punto. Fue, el de ayer, un encuentro donde se impuso la lógica y decantó la calidad propia de un equipo de Liga de Campeones sobre uno de Segunda B.

Fue Albelda, una vez más y mientras le duró la gasolina, quién trató de poner orden en el equipo. El capitán, con muchos más galones que lo que representa el brazalete, fue el encargado de hacer funcionar al grupo y de tratar de que no se fracturara el equipo. Porque, con el resultado a favor, el Valencia jugó a gustarse y eso hizo que el voluntarioso Llagostera, a la contra, probara en un par de ocasiones a Guaita. Pero es que, ya de inicio, la eliminatoria beneficiaba al Valencia por el hecho de jugar la vuelta en Mestalla; un campo que, por sus dimensiones, desquició a los jugadores catalanes que están acostumbrados a jugar en un estadio muy pequeño. Pero también el Valencia sufrió, pero a la inversa, en el Municipal d'Esports donde ganó 0-2 con goles de Jonas y Valdez en un partido disputado bajo todo un diluvio y sobre una superficie de hierba artificial, siempre diferente.

La obligación del Valencia, anoche, era ganar y la del Llagostera soñar, pero la ilusión duró tan poco que, más de un aficionado, en la segunda parte estuvo más pendiente de qué hacia la Curva Nord „que dejó de animar„ que del insulso fútbol del Valencia. Menos mal que, de vez en cuando, el equipo pisaba el acelerador y se plantaba en la portería de Kevin que reemplazó a Moragón lesionado. Y, en dos llegadas, marcaron Valdez y Bernat. El gol de paraguayo, que celebraba su cumpleaños, nació de un saque de esquina, dónde éste ganó la posición a los defensas y marcó el 2-0; y en el 3-0, Bernat aprovechó un pase de Banega para alegrar a la grada. Sin embargo, quién no lo celebró fue él. El canterano, disgustado con la situación que está viviendo, ni se inmutó al ver el balón dentro de la portería, mientras Mestalla aplaudía. Y como la noche, fría, era tan plácida, también el centenar de aficionados llegados desde Llagostera se llevaron un buen recuerdo al ver marcar a Nico el gol del honor. El único marcado en la eliminatoria y que, como ya es habitual, llegó por un desajuste en la defensa valencianista.

Mestalla, y se agranda la estadística, sigue siendo el refugio del Valencia y un fortín para el equipo de Pellegrino. En octavos, el Valencia también jugará el partido de vuelta en Mestalla. Toda una garantía.

La Copa sólo atrae a 8.000 aficionados

Jugar la vuelta de unos dieciseisavos de final de la Copa del Rey, ante un Segunda B, con el resultado de la ida a favor y en horario laboral, se traduce en la imagen que anoche se exportó de Mestalla: un campo vacio. Y eso que el club, en previsión de lo que pudiera ocurrir, repartió entradas entre escolares. Un estadio para 45.000 aficionados en el que, siendo generosos, no se contabilizaron más de ocho mil personas. Un partido, economicamente para el Valencia, carísimo ya que no sacó ni para costear la iluminación. Eso sí, los pocos que desafiaron al frío y se acercaron al campo, vivieron el partido con intensidad, porque el futbol es goles y los espectadores vieron cuatro.

Una de las anécdotas de la noche se dio en el palco, donde en ausencia de Manuel Llorente „ de viaje en Dubai„, fue el consejero Fernando Giner quién presidió el partido