Trata de contagiar su ilusión y entusiasmo al equipo. Y está convencido de poder lograrlo. Sólo pide un poco de tiempo; el necesario para que los jugadores se empapen de su filosofía y crean en ella. La suerte, asegura, le está dando la espalda ya que de nueve puntos, el Valencia sólo ha sumado tres. Miroslav Djukic, el líder de la actual transición, cree que hilvanar «varios resultados positivos» daría al equipo la confianza necesaria para «despegar» y «tomar el rumbo».

El «Mariscal», así se le apodaba cuando jugaba, asegura que el Valencia es el equipo «de mi corazón» y al que «deseaba entrenar»; el club al que ayudó a ganar una Copa del Rey, una Supercopa y una Liga, y la ciudad que enloqueció al salir a las calles, treinta años después a celebrar títulos. Años dorados en los que el Valencia, con Héctor Cúper en el banquillo, llegó a encadenar dos finales de Liga de Campeones, una situación que, ahora, se antoja un imposible.

Djukic se marchó del Valencia en el 2003, para diez años después, regresar reconvertido en entrenador. Sabia que volvería y por ello mantuvo su casa en la ciudad. Su primer objetivo, el de volver a ilusionar a la afición, le costó bien poco porque Mestalla siempre creyó en él, pero ahora tiene por delante la meta de que los jugadores consigan los puntos necesarios para alzar al equipo hacia las primeras posiciones. Consciente del proyecto que tiene entre manos y de las limitaciones con las que cuenta defiende que su Valencia «le puede plantar cara a los grandes si los jugadores se lo creen». Él sí cree.

Los problemas económicos en los que está atrapado el club y el rompecabezas social que existe en la entidad, asegura que no debe afectar «ni un ápice» al equipo porque los jugadores deben «hacer su trabajo, disfrutar con él y olvidarse» de todo lo demás. Lo importante, sostiene, es lo que ocurre sobre el césped.