Los números no le respaldan pero Miroslav Djukic ya ha corrido mejor suerte que su excompañero Mauricio Pellegrino. El serbio ha superado la jornada 14. Pero las sensaciones que trasmite el equipo, con uno u otro en el banquillo, son las mismas. Es un equipo muy justito y, cuando la suerte le da la espalda, se asemeja más a los equipos que luchan por no descender que a los que compiten por los puestos europeos. La diferencia entre uno y otro caso es que Manuel Llorente cortó por lo sano la hemorragia y Amadeo Salvo deja que el equipo se desangre porque sigue confiando en el serbio. El tiempo dará y quitará razones. Hoy tomará las riendas de la dirección deportiva Rufete y decisión suya será decidir hasta cuando Djukic dirige al Valencia. La derrota de ayer, ante un recien ascendido, es de las que duelen y el calendario liguero que se avecina es complicado: Osasuna, Atlético y Real Madrid.

En el Martínez Valero se repitió la historia. Ocasiones claras falladas, gol en contra, remar contracorriente, empate y, cuando se empezaba a creer en el gol de la victoria, un gol de condena. Y derrota. Como en la vuelta tras los anteriores parones, el Valencia perdió y, además, permitió al Elche avanzarle en la clasificación. La temporada se le complica al Valencia y Djukic, al que el Consejo de Administración, le tiene una fe ciega sigue sin dar con la tecla. Y eso que, el parón liguero , en el que se habló más de temas extradeportivos que deportivos, sirvió para que los jugadores tomaran aire. Y se demostró en el inicio. Físicamente, el equipo dio otra imagen. El Valencia, que lejos de Mestalla se siente más cómodo que cuando juega de local, supo coger el timón del partido y, más ordenado que de costumbre, imponer su autoridad en defensa y ataque. Pero la suerte quiso serle esquiva. Primero Pabón, luego Ricardo Costa y Fede perdonaron lo imperdonable al Elche que, alentado por un enloquecida afición, se acercaba con poco peligro a la deteriorada portería de Alves -con más tierra que césped-. Pero dominar sin definir sirve de poco. El Valencia, se mire por dónde se mire, tiene un problema con el gol y este lastre empieza a ser superlativo porque cuesta, demasiado, encarrilar los partidos. Podía ir 0-3 y dedicarse a contemporizar el choque cuando, a la desesperada, el Valencia se volcó sobre la portería de Manu Herrera para tratar de irse al descanso por delante en el marcador, pero la pelota no quería entrar en la red. Sí coquetear con ella.

Tras dominar de cabo a rabo la primera parte, el descanso sirvió para reafirmarse en las cosas bien hechas. Djukic, por las ocasiones creadas, estaba muy satisfecho pero lamentaba la falta de acierto. Y no modificó el once. El Elche agazapado y temeroso en los primeros cuarenta y cinco minutos, trató de desquitarse de la presión y sentirse más cómodo en su campo. Para ello, Escribá mandó a los suyos adelantar la presión para incomodar al Valencia y que le costara mover el balón. Lo consiguió. El Valencia, por su parte, pasó de jugar en vertical a horizontal y, con ello, ralentizar el juego. Y, como en casa del pobre todo son miserias, si la suerte se le negaba al Valencia, sí le acompañó al Elche cuando Fidel Chaves probó a Diego Alves para, con el 1-0, castigar en exceso a un equipo que, hasta ese momento, merecía sin duda ganar. Como otras tantas veces, el Valencia tenía que nadar contracorriente y empezar a competir contra él mismo. Contra su descomposición. La afición desplazada al Martínez Valero pidió a los jugadores, voz en grito, que le pusieran testiculina al partido, mientras la hinchada anfitriona disfrutaba de la que podía ser la segunda victoria de la temporada en casa. Contraste. El mismo que se produjo cuando Bernat, tras un primer rechace, marcó el gol del empate. Pero el Elche, cuando el valencia buscaba el gol de la victoria, volvió a marcar para hundir a un equipo que ya empieza a mirar de reojo a los puestos de la zona baja y olvidarse de sus aspiraciones europeas.