Ya está aquí la final del Circuit profesional. Y, como siempre, el trinquet de Pelayo, una de las instalaciones deportivas más viejas de Europa, en pleno uso, será el escenario de la final. Este año el acontecimiento tiene un significado especial porque se trata de una instalación en peligro de cierre. Nada más y nada menos.

Durante estos días todas las atenciones se dirigirán a resaltar como se merecen los protagonistas de la misma; cinco chavales surgidos de las entrañas de este deporte, llegados desde Vinalesa, Finestrat, Benidorm, Benavites y Vilamarxant. Poblaciones todas ellas con una apretada historia en favor de la pervivencia de una deporte secular. Estos días se hablará sobre las posibilidades de unos y de otros. Podríamos reproducir las declaraciones de años anteriores para concluir que hay pocas diferencias con las que puedan efectuar los actores de este año. En este deporte el respeto a los rivales siempre es exquisito y nadie suele alzar la voz en contra de nadie. Todos son enormes pelotaris, porque es la verdad, y todos ellos pueden ganar.

Para aquel que se atreva a acercarse a leer estas líneas puede llamarle la atención que exista una final en la que un equipo juegue en pareja y otro en trío. Eso, seguramente, no ocurre en otro deporte que no sea el nuestro. Aquí se prima la igualdad para que el espectáculo esté lo más garantizado posible y a su vez incentivar las apuestas. Es la esencia de este deporte. No es de extrañar que Pere Roc, la nueva y fulgurante figura surgida de La Marina afirme que « sus rivales son dos pero parecen cuatro». Y es que Puchol II llega pletórico, convirtiéndose en el pelotari que ha reconciliado con el clasicismo a los aficionados. No digamos de Santi de Finestrat, que comenzó en las estrechas calles de su pueblo jugando a Llargues y que hoy es uno de los «mitgers» más solventes, muy habitual en las últimas finales de la competición. Frente a Puchol y Santi, un Pere Roc que también es producto de aquella cantera de la Lliga de Llargues de Alacant y que desde su niñez ha recorrido todas las modalidades y competiciones para instalarse en las cumbres de este deporte. Le hemos visto crecer gracias a su exquisita profesionalidad y a su empeño. Tiene alma de campeón. Dani sigue siendo el maestro de «mitgers», pelotari que se cansa de impartir lecciones de estrategia cada día. Monrabal, es jugador de raza, inteligente, con poderosa pegada y lo que es más importante: nunca se esconde. Es uno trío que ha demostrado una impecable regularidad.

Un peligro real

Pocos hablarán durante estos días de algo muy trascendental: la posibilidad de que esta sea la última final en el trinquet de Pelayo. ¿Acabará este recinto como acabaron los trinquetes de Juan de Mena, Levante de El Grao o Marchalenes?. Todo parecía acordado para un traspaso en la gerencia a principios de año. Era una simple cuestión de formalismos. Han pasado dos meses y la situación es hoy mucho más preocupante: las negociaciones tan calientes en su día, parecen enfriarse por horas. Tuzón ya ha dicho por activa y por pasiva que su ciclo ha terminado pero los nuevos rectores no cierran el traspaso. La suerte es que Pelayo no es lugar para edificar pero algo debería hacer la administración, para preservarlo de otros usos que no sean para el que ha estado destinado durante siglo y medio. Porque, efectivamente, esta podría ser la última final. La última cita de una instalación que ha marcado la historia más hermosa del Joc de Pilota.