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Cuestión de fe

Cuestión de fe

Si tu abuelo te lleva de enano al fútbol de la mano, si te sacan el carnet de socio el día de tu nacimiento y todas esas cosas, uno puede comprender de mayor, más o menos, por qué la felicidad o la tristeza a la hora de ir a la cama depende del resultado de un partido de fútbol. Pero si nada de eso ha ocurrido, a veces la pasión resulta inexplicable.

Lo escribió Hornby y muchos estamos de acuerdo: a menudo ese enamoramiento surge de un modo casual pero arrebatador, y parece tan irresistible que uno lo abraza sin pensar en las consecuencias que puede acarrear en un futuro no muy lejano. La teoría del flechazo espontáneo vale para las personas, los estilos de música o los equipos de baloncesto. En ese sentido, yo fui un niño de filias extrañas, múltiples y casi siempre absurdas. Era fan, por ejemplo, del ciclista Iñaki Gastón, y nunca sabré realmente ni el porqué, ni cómo empezó aquello, porque además casi nunca ganaba. Pero era muy fan, mucho, y el caso es que me pasaba las carreras buscándolo desesperadamente en pantalla. Nada me gustaba más que coger el Marca y relamer esas clasificaciones kilométricas examinando a Gastón en el listado, ver cómo iba en la general, por supuesto, pero también cuál había su posición en cada etapa e ir comparando.

De niño, un periódico podía evitar horas de aburrimiento. Para mí, todas las páginas eran igual de importantes. Espero no ser el único en España que repasaba una a una las ochenta fichas de las crónicas de los partidos de Segunda División B o las estadísticas por apartados de la Liga ACB. En realidad, sospecho que el periodismo era en mí como Iñaki Gastón [una obsesión sin precedente familiar, extraña y absurda] con una diferencia problemática: Gastón se retiró y desapareció de mi vida igual que había llegado, de manera súbita y absoluta.

Pero el periodismo ahí sigue. Cuestión de fe, claro.

También empezó a gustarme de repente el Pipiolo Losada, la cosa más aleatoria que uno se puede imaginar. Insisto: no me pregunten por qué. Hace poco Losada volvió a escena porque me lo encontré en una entrevista a Javier Clemente, firmada en Jot Down por Álvaro Corazón Rural. Clemente recordaba la final de la UEFA perdida por el Espanyol en Alemania, tras una remontada inverosímil en el partido de vuelta y una nefasta tanda de penaltis. Decía Clemente, al que odié en su día con todas mis fuerzas y ahora me cae más o menos bien aunque ese sea otro tema, que Losada se le acercó nervioso antes de lanzar, y le preguntó qué debía hacer en ese dramático momento. «Le expliqué», comentaba Clemente, «´pues qué vas a hacer, darle una hostia y ya está´. Fue a tirar y sí, le dio una hostia que no he visto un penalti así en mi vida. Sacó el balón del estadio».

Cómo no sentirse identificado.

Clemente, al menos y como se suele en esos casos, no le echó la culpa a la providencia. Contaba además que un día antes de jugar con el Betis contra el Oviedo se cruzó con Lopera rezando a la Virgen de la Macarena. «Como ellos recen a la de Covadonga va a haber entre vírgenes una pelea de la leche», le dijo.

Y cómo se encuentra la fe, entonces, si no te han llevado a misa de la mano, si no te han sacado al nacer el carnet bautismal. Pues como todo lo demás, supongo y quizá, de un modo casual y arrebatador, y tal y cual, sin pensar en las consecuencias de un futuro no muy lejano.

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