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Complicaciones

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La otra semana emitieron en La 2 una película llamada El hincha. Es de los años 50 y la vi esperanzado de principio a fin, pensando que me serviría para rescatar algo „una escena, un diálogo„ para esta esquina, pero no, pero nada, ni una frase. Pese a todo, lo cuento hoy aquí para que quede constancia de mi esfuerzo.

La mayoría de nuestros problemas nacen en una tendencia suicida a complicarnos la vida. También con el fútbol: a veces no es tan difícil como queremos dar a entender, y me sobran los casos al respecto. Hace unos años, en los noventa y en un partido del Sporting, el ruso Lediahkov se pasó el segundo tiempo pegado a la banda izquierda, algo que sorprendió a los periodistas presentes. En la rueda de prensa posterior, preguntaron por el tema a Vicente Cantatore, el entrenador, y Cantatore desmitificó el mentado movimiento táctico. Simplemente ocurrió que Lediahkov era tan vago como nosotros y se había pasado el segundo tiempo escorado a la izquierda, porque ahí daba la sombra.

Hay muchas historias así, y que no falten. El año pasado un periodista de El País realizó un profundo reportaje sobre el milagro del Angers francés, un modesto club que había irrumpido por sorpresa en la máxima categoría. Periodistas de todo el mundo se acercaban a la región el Loira para conocer las claves del éxito. Stéphane Moulin, el entrenador, resumía la receta con poesía escasa. «Nuestra filosofía es bastante clara», afirmaba, «defendemos como muertos de hambre y aprovechamos el balón parado», un lema que evocaba a la charla del inolvidable Carlos Aimar con el Logroñés, aquella tarde en la que El día después coló una cámara en el vestuario de las viejas Gaunas: «Si hay córner, cada uno agarra a su hombre». Y ya está.

A mí dame entrenadores de esos. Házmelo fácil, pídeme fe, que nunca se me agota, pero no esperes que atienda a razones. En cuestiones de fútbol soy primitivo, irracional, soy homeopático. Todo lo que sé de la liga mexicana es que Tigres, tigres, leones, leones, todos quieren ser los campeones, y soy feliz al respecto, nada de México me preocupa. La razón empírica me repele. No olvido aquel estudio científico sobre el lanzamiento de penaltis anunciado con estruendo antes del último Mundial, con Stephen Hawking haciendo el papelón de su vida. La conclusión venía a decir que lo mejor es tirar los penaltis a la escuadra, que casi siempre entran.

Gracias, señor Hawking, físico teórico, astrofísico, cosmólogo y no sé qué más, muchas gracias por desvelarnos el gran misterio. Es usted un genio. Nunca lo hubiéramos imaginado.

El fútbol pretendidamente serio suele terminar en chiste.

Pero nos gustan los mitos, eso sí, también o tampoco, nos gustan los mitos, los necesitamos. Eso triunfa siempre y con el paso del tiempo la verdad apenas importa. Cuanto más complicado se explica algo, más importante parece.

Johan Cruyff, por ejemplo, se convirtió en héroe del catalanismo sin quererlo. Bautizó a su hijo Jordi, nombre prohibido en 1974, «porque me gustaba cómo sonaba, no sabía si se podía o no». Le preguntaron un día por Tarradellas, cuando el presidente volvió del exilio, y entendió que le preguntaban por Taradell, donde tenía una casa. «Dije que era un pueblo, pero escribieron que Tarradellas era el presidente del pueblo y la gente me decía: ¡oh, qué bien, conoces la historia! Tuve suerte».

Cuando contó estas explicaciones simples ya había triunfado la versión compleja.

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