Con el alma todavía encogida por la tragedia sucedida al jugador cadete de Alzira, Nacho Barberà, y con el abrazo inmenso para la familia, este pasado fin de semana presencié en directo otra de esas situaciones en que se te hiela el corazón. Vi cómo le sucedía a Medhi Lacen, jugador del Málaga tras un fuerte golpe en la cabeza con Fernando Torres al saltar a por un balón a falta de 5 minutos para terminar el encuentro en La Rosaleda. La cara de preocupación del jugador colchonero una vez ya en pie después de ser atendido por sus servicios médicos, transmitía a la afición que no quedaría en un simple encontronazo. El fisioterapeuta Marcelino Torrontegui y el doctor Juan Carlos Pérez Frías no tardaron en reaccionar y saltaron al campo tan rápido como les permitieron sus piernas para atender al peor parado. Fueron unos minutos inmóvil en el suelo que enmudecieron al estadio, todos los ojos ahí presentes estaban pendientes de que el jugador hiciese algún gesto tras el susto monumental que nos llevamos. Movió sus brazos, su cabeza, mientras las asistencias se lo llevaron en camilla y posteriormente fue trasladado en ambulancia al hospital donde el club informó de que sufría un traumatismo craneoencefálico. Medhi es un jugador duro, seguro que en breve está de vuelta con el equipo y dando grandes alegrías.

Como compañera, he vivido dos situaciones difíciles, aunque desde luego, una más que otra. En Estados Unidos este tipo de conmoción cerebral es más conocida como «concussion», donde la normativa es bastante dura si sufres una. Durante un partido a una compañera mía, Abby Wambach, posiblemente la jugadora más fuerte con la que haya compartido vestuario, sufrió un balonazo en la cabeza que la hizo caer al suelo y estar mareada por unos segundos. Tuvo que ser sustituida y no fue más o menos hasta un mes más tarde y después de haber pasado unas cuantas pruebas médicas, que pudo volver con el equipo. Me impactó tanta precaución, pero allí son muy estrictos con estos temas.

Pero sin lugar a duda, la peor experiencia fue hace años en la ciudad deportiva de la Real Sociedad, Zubieta. En aquel momento, vistiendo la camiseta del Rayo Vallecano, nos enfrentábamos al conjunto Txuri Urdin. Nuestra lateral izquierdo se disponía a despejar un balón aéreo mandado por la portera rival cuando al hacerlo, la cabeza de la extremo de la Real impactó en la sien de mi compañera, la cual cayó a plomo sobre el césped. Nuestra central, quien más rápido reaccionó en ese momento, no dudó en introducir sus dedos en la boca para evitar que se tragara la lengua. La fisio, con los nervios, era incapaz de abrir el plástico que protegía el tubo de Guedel. Y las demás nos acercamos a intentar ayudar, pero una vez entró al campo la Cruz Roja allí presente, apenas queríamos mirar. En los 25 años que llevo jugado al fútbol, jamás he sufrido una pérdida de conocimiento, pero sé que todo lo que se avance en revisiones y formación, todo lo que hagamos para evitar que los sustos se conviertan en tragedias, es más que necesario.