Cuando se cumple, este mes de enero, el 30 aniversario del inicio de la adhesión de España a la UE, cabe considerar de qué modo tan importante la pertenencia al proyecto europeo ha catapultado el desarrollo económico y social de nuestro país. Sin embargo, es cierto que la reciente crisis ha minado la confianza de la ciudadanía en el futuro, de manera que son muchos los que piensan que las nuevas generaciones habrán de adaptarse a una realidad con menores posibilidades socioeconómicas. Es difícil saber si eso sucederá realmente así, pero lo cierto es que, en lo sucesivo, será más decisivo plantearse cómo se crece que cuánto se crece. Sin duda, una mirada retrospectiva contempla una larga etapa de notable crecimiento económico en España entre 1986 y 2007 (descontando el bache de 1992-1993). En ese período la renta per cápita media del país se incrementó en un 87%, pasando de suponer un 72% de la media de la UE en 1986 a un 92% en 2007. Llegó, sin embargo, la crisis en 2008 y reveló aspectos muy vulnerables en nuestro modelo de desarrollo económico, a la vez que reflejó el modo tan incompleto en que se había lanzado la unión monetaria europea. Entre 2008 y 2013 la renta per cápita media española retrocedió un 8,6%, y ello se acusó en todas las regiones; particularmente en la Comunitat Valenciana, que tuvo una pérdida del 12,4% en la renta per cápita.

Puede entenderse, así, que el optimismo europeísta característico de la ciudadanía española durante muchos años se tornara a partir de 2008 en una visión bastante más escéptica del proyecto europeo, y que las generaciones actuales hayan perdido la confianza que tuvieron sus padres y sus abuelos en la continuidad del progreso hacia el futuro.

Un estado de ánimo que, de momento, no ha podido animar la recuperación económica que se viene experimentando desde 2014 (primero con bastante timidez y recientemente con más empuje), siendo la Comunitat Valenciana una de las regiones que exhibe en la actualidad un mayor dinamismo económico.

Una de las principales razones de ese pesimismo deriva del mal comportamiento del mercado de trabajo. Reducir los altísimos niveles de paro que tenemos (y su carácter estructural) es, en verdad, el mayor reto a que se enfrenta la sociedad española y valenciana en el presente; de ello dependerá también, a su vez, la reducción de los elevados porcentajes de pobreza y exclusión social que se hallan entre los más altos de la UE. Un reto factible de lograr mediante una adecuada estrategia económica y el pertinente diálogo social. Para ello hace falta una mayor colaboración entre todos, situando la educación y la formación en el primer plano de un consenso necesario.

En 1930, en el contexto de la gran depresión de aquel tiempo, Keynes calibraba las posibilidades de progreso de las nuevas generaciones frente al ataque de fuerte pesimismo que invadía entonces Europa. En su opinión, había que esforzarse por evitar los conflictos y las guerras, impulsar los avances científicos y tecnológicos y aumentar la inversión.

Pues bien, también nosotros ahora tenemos la oportunidad de mejorar las perspectivas económicas de las generaciones presentes y futuras mediante un buen proyecto de desarrollo en España, en la UE y en el conjunto de un mundo interdependiente y globalizado. Se trata de lograr un desarrollo sostenible e inclusivo mediante una mejor gobernanza nacional, europea y mundial, lo que exige más diálogo y cooperación y menos confrontación. He aquí dos ejemplos recientes de este buen hacer: el acuerdo alcanzado en septiembre por la Asamblea de Naciones Unidas en torno a 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible a escala mundial, y el acuerdo alcanzado en diciembre en París por 193 países estableciendo compromisos para salvar el planeta ante los riesgos de cambio climático.