Soñar es una acción propia del ser humano. Nuestra capacidad de soñar nos hace ser conscientes del tiempo y esto solo es propio de las personas. No seríamos los mismos sin nuestros sueños, sin nuestras ilusiones y sin esperanza.

Esperanza es tener certeza de que algo sucederá en el futuro, no es un cheque en blanco, es confianza en que ocurrirá o se logrará lo que se desea. La esperanza es la que impulsa la actitud, con 'c', es la que nos permite adaptarnos a nuevas realidades y desafíos. Sin ésta, no tendríamos progreso, no iniciaríamos proyectos nuevos, ni emprenderíamos acciones distintas. Sin ilusión, sencillamente, no actuaríamos o resultaría muy difícil ser constantes o resilientes.

Aunque son tiempos difíciles para muchas familias y personas, aunque se han cometido grandes injusticias sociales y aunque la corrupción ha estado presente todos los días, no podemos vivir continuamente indignados. No es la solución. La respuesta pasa por afrontar la realidad con ilusión y tener un proyecto común de país, donde quepamos todos y todos encontremos nuestro sitio. Prefiero que nuestros hij@s vivan ilusionados que indignados. La indignación no puede ser un modo de vida porque la ilusión es el motor del cambio.

El próximo día 20 quiero votar por la ilusión. No me resigno a eso que dicen algunos de que aunque con la nariz tapada «votaré a los de siempre», o que el voto útil es el que mantiene a «los míos». No me resigno a dejar que los mismos de siempre sigan decidiendo si España puede o no cambiar, mi voluntad y mi voto es mío. No me resigno a que las urnas se llenen de frustración, ni de miedo. Mi papeleta será una apuesta por la ilusión y estoy convencido que ésta no me defraudará. La ilusión nunca defrauda porque como dice el tenista Rafa Nadal «uno es la ilusión que uno tiene».