El catalanismo siempre ha mirado a Montserrat, pero usted siempre ha querido matizar la identificación entre Montserrat y el catalanismo.

Como comunidad estamos muy enraizados en la realidad de Cataluña, la amamos y defendemos su identidad y su dignidad como pueblo. Pero si esto es claro, también lo es que como realidad de Iglesia con proyección internacional no debemos quedarnos encerrados en Cataluña, sino que debemos estar abiertos a todo el mundo, piense lo que piense. Todo el mundo se debe sentir a gusto en Montserrat, porque lo prescribió san Benito a todos los monasterios benedictinos, y porque somos un santuario mariano, un lugar de Iglesia que acoge gente con ideas diferentes sobre la organización de la sociedad. Sin renunciar a nada, nos queremos abiertos a todos.

Y como comunidad arraigada en Cataluña, ¿como ve el momento de conflicto político entre Cataluña y el estado español?

Con preocupación, aunque no con pesimismo. Debemos evitar tensar mucho la cuerda y que se potencien los posicionamientos extremos. Todo lo que sea hacer pedagogía de la personalidad de Cataluña, y establecer puentes de diálogo, comprensión y colaboración, me parece positivo. Independientemente de la evolución que pueda hacer el pueblo catalán cuando pueda decidir sobre su futuro, debemos tener una relación normal y de colaboración con los pueblos de Europa y los de España.

En su momento tuvo duras palabras sobre la línea de la Cope e hizo gestiones para cambiarla. ¿Ahora que algunas de las voces más significativas ya no están en la emisora, cree que las cosas se han arreglado?

No fui el único en hacerlo. Se ha arreglado lo que era más constatable: las incomprensiones, los ataques, las tergiversaciones de la realidad. Hay que decir que la Cope está ahora en un proceso de reestructuración y será a partir de la próxima temporada cuando conoceremos los nuevos programas y sus colaboradores.

Cope al margen, ¿cómo son las relaciones con la Conferencia Episcopal Española?

En el último año y medio ha cambiado el tono de sus pronunciamientos, y el deseo de mucha gente, entre la que me incluyo, es que la voz de la Iglesia, que es muy plural, no suene con un tono muy impositivo y de enfrentamiento, sino con un tono más dialogante. Noto que en los últimos tiempos la Conferencia Episcopal está evolucionando hacia esta actitud.

¿La Iglesia catalana está hablando con una voz lo bastante clara y alta ante la jerarquía episcopal y la nunciatura españolas?

Con una voz alta es constatable que no; clara, diría que sí. Y creo que a veces es más eficaz actuar de una manera discreta para conseguir unos fines positivos, que alzar mucho la voz si con ello se rompen puentes. La Iglesia catalana está defendiendo Cataluña de una manera notable, y la última reunión de la Conferencia Episcopal Tarraconense, en la Seu d'Urgell, con su remisión al documento "Raíces Cristianas de Cataluña", se posicionaba bastante claramente en defensa de la identidad de Cataluña.

¿Se siente cómodo con el rumbo que marca el Vaticano?

En los puntos que considero más importantes, sí. Es positiva la propuesta de volver a presentar lo que el Evangelio y Jesús pueden aportar a la persona y a la sociedad, porque da sentido a la vida y luz para construir unas relaciones sociales mejores. Es positiva la insistencia de Benedicto XVI en la razonabilidad de la fe cristiana, que permite dialogar con personas no creyentes. Me gustó su idea de que la Iglesia ha de ofrecer un "patio de gentiles", unos espacios donde puede entrar todo el mundo y se pueda dialogar de todo, porque en Montserrat estamos intentando hacer eso. También es positiva la manera cómo enfoca la doctrina social de la Iglesia, tanto cuando habla de justicia social y del respeto a la vida humana como cuando habla de los derechos de los pueblos y las naciones. En estos aspectos fundamentales me siento cómodo. Otros aspectos más tradicionales, que son fruto de una mentalidad personal concreta, los considero secundarios y pienso que dejan bastante libertad a todo el mundo para que actúe según su conciencia.