Los reinos, cristianos o moros, de la Península fueron tierra de promisión para los experimentos espirituales, algo así como la raya entre Nepal y la India en tiempos de Siddarta Gautama, «cuando los nobles se untaban el cuerpo con aceite de mostaza y los valientes desafiaban la ilusión del mundo en cimas y glaciares».

Los cristianos indígenas tuvieron su propia liturgia (la mozárabe), sus herejías tempranas (el priscilianismo) y, cuando los cátaros ardían en Carcasona, Beziers, l´Aude y Les Corberes, o ayunaban hasta la muerte en sus madrigueras, los reinos de Aragón fueron sus refugios seguros, y Sant Mateu, en el Maestrat, el último de todos.

De allí salió el perfecto Guilhelm de Bélibaste, para encontrarse con su destino en la hoguera, no sin antes proclamar que el laurel retoñaría setecientos años después.

Pero antes los cátaros huidos habían encontrado acomodo relativo en Morella y el Matarranya (hay un cementerio medieval repleto de auténticas estelas cátaras en Fontdespatla), y antes, en los pueblos y ciudades del Camí dels Bons Homes que va de Montsegur a Berga. Aún puede hacerse: es el GR-107.

Lo más extraordinario es que el camino de los cátaros más tardíos se cruza con el de los templarios liquidados. Liquidados en Francia, «donde nadie duda que le quedó bastante cebo al Rey con los bienes muebles (de los templarios)», dice don Santiago López en un divertido librito de 1813. Porque en Aragón los templarios seguían siendo los amos, aunque travestidos para despistar al Santo Oficio. Si el papa fue parcialmente desobedecido en los diversos reinos cristianos, aquí le dedicaron una pedorreta. Los bienes del Temple fueron a parar a una orden creada ex profeso: la de Montesa. Como en Portugal: la Orden de Cristo fue semillero de alucinaciones náuticas que llevaron a nuestros hermanos desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el remoto Japón. Y en la olla del Temple mojaron todos; todos, menos quienes había dicho Roma: los Hospitalarios. El mismo Reino de Valencia fue un experimento templario y el Rei Conqueridor, pupilo del Maestre.

Algo después está en su castillo de Peníscola (Hic est Arca Dei) el glorioso, por incorregible, baturro don Pedro de Luna, rodeado de enemigos y anatemas: Papa Luna con sangre morisca. Avalista seguro del judío Vicent Ferrer, que cometió, dos veces, el prodigio de crear un golem y que le correspondió con una lealtad vacilante. El maño, acusado de «cultivar una religión más antigua que Roma», no aflojó, pero su sucesor Giles Muñoz restableció la unidad de los católicos. En Sant Mateu, precisamente. Pero antes el devoto del Papa Luna, Jean Carrier, se adentró en las espesuras y pantanos del bosque de Rouerges para elegir un papa campesino, cabeza de un maquis espiritual y una iglesia abierta «a humillados y hebreos, a gentiles y ofendidos». A indignados.

Itinerario

Casco antiguo de La Feixneda, cementerio de Fontdespatla y ermita gótico-mozárabe de la Mare de Déu de la Font, todo en el Matarranya; iglesias de Santa María en Morella y Sant Mateu; castillo de Peníscola.

Dormir

HOTELES Y PARADORES

POSADA GUADALUPE

Mont-roig. Hotel familiar muy agradable. 50 euros/noche en apartamento. Reservar con mucha antelación.

Teléfono 978 856 005.

Comer

RESTAURANTES

DALUAN

Morella. Restaurante en el núcleo medieval más arrimado al ayuntamiento. Sabia combinación de riesgo y sentido tradicional. 25/35 euros.

Teléfono 964 160 071.