Hace casi diez años que el profesor y periodista catalán Salvador Cardús publicaba un magnífico ensayo cuyo nombre lo explica casi todo El desconcert de l´educació, y dos lustros después podíamos extender el titular al grupo especialmente señalado en el libro, los jóvenes, los adolescentes. Efectivamente, parece que se han perdido las claves acerca de cómo afrontar debidamente el último tramo de la escolarización obligatoria, pues más del 40% de alumnos están condenados a fracasar en sus estudios en esta etapa. Además, la violencia ha hecho acto de presencia en los centros escolares y son numerosas las denuncias que se han producido con episodios de acoso a menores por otros compañeros o simplemente de vandalismo y violencia, con el agravante añadido de utilizar las nuevas tecnologías para registrar estas actuaciones bárbaras y regodearse con la visión de estos comportamientos.

Pero además del desconcierto en los entornos educativos se han incorporado nuevos elementos extraescolares que contribuyen a complicar un periodo de transito: el paro juvenil supera ampliamente el 30%, el primer empleo cada vez es más precario, la temporalidad extrema en los puestos de trabajo es el territorio habitual de los más jóvenes..., parecen demasiados peajes. El desconcierto está servido y un ejemplo claro lo hemos tenido hace unos días asistiendo a un lamentable espectáculo de violencia juvenil en Pozuelo, algo que algunos han venido a denominar «la rebelión de los pijos», referida a jóvenes que tienen de todo, pero que nada les satisface. La conducta violenta, extremadamente violenta con asalto a la comisaría incluido, se ha producido sin que mediara ningún desencadenante grave conocido, únicamente parece existir una relación directa con la evasión y desinhibición producida por los efectos del alcohol tomado en exceso y de manera gregaria.

Conviene reflexionar seriamente acerca de lo que está pasando, de lo que están pasando nuestros jóvenes y sobre todo qué se puede y qué se debe hacer para reconducir esta situación. Los políticos y también los técnicos de la intervención social tienen una especial responsabilidad y una tarea urgente para ofrecer respuestas o al menos para superar este desconcierto y hacer algo más que observar con sorpresa una realidad que nos asalta, que no nos gusta pero no sabemos cómo atajarla.

Desde luego cerrando los ojos no vamos a resolver nada y no ayudan declaraciones como las del alcalde popular de la localidad que afirma que los provocadores eran «energúmenos de fuera». Tampoco se profundizan en las causas con la afirmación de Esperanza Aguirre que hablaba de «alborotadores profesionales». Desde luego, no hay peor ciego que aquel que no quiere asumir su responsabilidad; por favor, que alguien se lo tome en serio.