El asesinato de un hombre en una calle de Nápoles ha hecho que vuelva a preguntarme de qué pasta estamos hechos los seres humanos, no por el crimen en sí sino por la reacción de la gente. A ver, que la sangre fría del asesino mientras le pega un tiro en la nuca a la víctima con la mano derecha y con los dedos de la izquierda hace cuernos me deja estupefacta, pero la frialdad de los que pasan por encima es lo que me impacta.

El suceso ocurrió en mayo, pero la fiscalía ha hecho público estos días un vídeo grabado por unas cámaras de circuito cerrado por si alguien tiene el valor de reconocer que reconoce al asesino, valga la redundancia.

Después de ver las imágenes, no creo que tal cosa ocurra, la verdad. Cualquiera que haya asistido a la muerte de Mariano Bacio Tarracino me comprenderá. ¿Cómo muere? Mariano, que dicen que también pertenecía a la camorra y que podía ser el amante de un capo encarcelado, está fumando un cigarro en la puerta de una cafetería que, por lo que se ve es bastante céntrica.

En eso, sale del bar un tipo vestido de oscuro, y a cara descubierta le descerraja varios tiros sin que nadie haga nada. Dentro, hay al menos seis personas que no se asoman a la calle. Fuera, una mujer rasca una tarjeta de lotería a poco más de un metro del lugar en el que Mariano es asesinado. No sólo no se gira, sino que se apresura a salir de ahí sin volver la cabeza; un vendedor de cigarrillos reacciona apartando su puesto del cuerpo y un hombre que lleva un bebé en brazos sortea el cadáver y sigue caminando. La imagen muestra cómo el asesino se aleja del lugar caminando con tranquilidad y con una sonrisa en la cara. El vídeo es ya uno de los más vistos en Internet, y un político de Los Verdes ha ofrecido una recompensa de 2.000 euros para quien de una pista, pero de momento nadie ha dicho esta boca es mía.

Roberto Saviano, que como saben tuvo que huir de Nápoles y vive acompañado de escoltas después de publicar «Camorra», dice que en esa ciudad la vida no vale nada. Puede ser. Otros, más benévolos con los testigos, afirman que allí todo el mundo está muerto de miedo. Es comprensible. De hecho, me resulta más fácil entender esta reacción que otras en las que nadie actúa pero no por miedo sino por indiferencia.

Por ejemplo, me parecen mucho más indecentes esas imágenes en las que cada verano vemos bañistas echándose crema para prevenir un melanoma (cosa que está muy bien) mientras ignoran que a su lado está el cuerpo sin vida de un pobre desgraciado que ha muerto en una patera (cosa que está muy mal).

Lo mismo me pasa con las imágenes que los videoaficionados graban de las tragedias para venderlas a la cadena de televisión que más pague por los primeros instantes de un derrumbe o los últimos minutos de vida de un delincuente que huye de la policía. ¿De qué pasta estarán hechos, esos que en lugar de ponerse a ayudar se convierten en periodistas de pacotilla, o esos otros, insensibles a cualquier drama que no les afecte? Siempre me lo pregunto. Pero año a año, noticia a noticia, vuelvo a sorprenderme con la pregunta y con la falta de respuesta.