Dos hermosas ciudades, Nápoles y Valencia, han tenido la feliz idea de reencontrarse con el barroco, que les es propio, a lo largo de 2010. Coincido con Joan Francesc Mira, a quien se lo leí hace ya algún tiempo, que Valencia es a Nápoles como las torres de Quart al Castell Nuovo, los poblados marítimos al puerto de Santa Lucía, el barrio del Carme al de Spacca Napoli, y la cerámica del claustro de Santa Clara, en la ciudad napolitana, a la de nuestro palacio del marqués de Dos Aguas. Desde primeros de año media docena de exposiciones conforman el más completo e importante proyecto de investigación y difusión de la producción artística en la ciudad de Nápoles a lo largo de 150 años, desde la llegada de Caravaggio en 1606 al regreso de Carlos de Borbón a España en 1759. Se trata de «Retorno al Barroco. De Caravaggio a Vanvitelli».

Aproximadamente en las mismas fechas se inaugura en Valencia la exposición «La gloria del Barroco», que durante varios meses tiene lugar en las iglesias de San Esteban, San Martín y San Juan de la Cruz, en la que nuestro Josep de Ribera, el Españoleto, quien falleció en Nápoles, discípulo de Caravaggio, y Francisco de Ribalta, entre otros, compiten en cuanto a armonía y belleza con los autores de la escuela napolitana.

En la de San Esteban, primera iglesia cristiana en nuestra ciudad, bien conocida por los valencianos por albergar la pila bautismal de San Vicente Ferrer -que también lo fue de San Luis Beltrán- donde muchos niños son bautizados con la fe puesta en evitación de accidentes mortales, se reencuentra una bellísima ornamentación, tras la restauración llevada a cabo, junto a pinturas murales del artista de Cámara, Vicente López, y un espectacular Sant Andreu, de Josep de Ribera, que disputa la belleza tenebrista, con las obras de su maestro, Caravaggio. También son de destacar las obras de escuela de Ribalta, restauradas por el gremio de plateros de nuestra ciudad, y dedicadas a su patrón, San Eloy.

En la de San Martín, justo arriba de la puerta de acceso, aparece repuesto el grupo escultórico de San Martín y el pobre, que recibe la media capa que el santo se corta para ofrecérsela, a la entrada de la ciudad de Miens, que es una pieza brillante de la escuela flamenca hecha en bronce y que tras su restauración permaneció expuesta durante meses en el museo del Carme. Junto a esta espectacular obra del exterior, en el interior se exponen figuras escultóricas valencianas de Ignasi Vergara, y en lo alto un friso donde aparecen representados los doce apóstoles con los atributos de cada cual, con una bóveda de 164 casetones, inspirada en el Panteón romano.

Finalmente el itinerario iniciado desde el Almudín alcanza a la iglesia de San Juan de la Cruz, hoy convento carmelita, también asentada como las anteriores en antiguas mezquitas, que tomó primeramente el nombre de San Andrés en honor del rey de Hungría, padre de la reina Violante, esposa de Jaime I, y enterrada en el monasterio de Vallbona de les Monjes. Aquí se encuentra el diseño arquitectónico de Hipólito Rivera, quien también diseñó la portada del palacio del marqués de Dos Aguas, y más tarde, cuando la iglesia fue abandonada y trasladada la parroquia a la calle de Colón de Valencia, el historiador de Albaida, Elías Tormo, consiguió su declaración como Monumento Nacional en 1942.