Visito con frecuencia el Museu Valencià de la Ilustració i la Modernitat, museo que, por cierto —es una primicia— Alfonso Rus visitó por primera vez el otoño pasado, con motivo de la muestra de su paisano Juan Francés. Aseguran que entre chanza y chanza el presidente de la Diputación de Valencia admitió sentirse perplejo: ¿esto es también mío? dicen que dijo, abrumado por la grandiosidad de la instalación, propiedad de la diputación que preside. La anécdota no es baladí. Refleja lo que desde hace más de cinco años se ha venido glosando del Muvim: que su rigor y sus interesantísimas exposiciones —comandado todo ello por el irreprochable Romà de la Calle— eran posibles, precisamente, por el alejamiento del espectáculo mediático-político de este céntrico museo; por la escasa por no decir nula intromisión de los de arriba en su quehacer cotodiano.

El Muvim es, hoy por hoy, el templo de la obra relacionada con la comunicación. Carteles, fotografías, portadas, ilustraciones, publicidad… Y aunque no conozco los índices de afluencia, sólo sé que los sábados por la tarde, franja horaria invariable en la que recorro sus exposiciones temporales, no somos más de media docena los allí reunidos. Tampoco es mucha la resonancia de sus muestras en los papeles.

Pero nada dura para siempre. Y el día que el entrometido de Máximo Caturla, vicepresidente de la Diputación de Valencia, decidió llamar por teléfono a su jefe —al que tanto debe— inició la campaña publicitaria más grande que una exposición de fotografías haya tenido por estos lares; al menos desde aquella otra en homenaje a la bata de cola —o algo así— en la que escamotearon las fotos de un puñado de políticos obra del bueno de Sanchis. Aleshores (perdón) fue Rita Barberá.

El caso es que la retirada de las imágenes de los fotoperiodistas valencianos que más irritaban al PP es de una torpeza colosal. Les aseguro que la muestra del Muvim —desaparecido el fulgor del primer día, y sólo porque los respectivos medios donde trabajan los autores les dieron cuartelillo—, hubiera tenido la repercusión de una matiné en los minicines Albatros.

No me extraña que lluevan los ofrecimientos para albergar la muestra de la Unió de Periodistes ni que las fotos nos las sepamos ya de memoria de tanto verlas en los periódicos y en internet. La propaganda gratuita que les ha hecho el PP es alucinante: cuerpo a tierra, que vienen los nuestros.

Rus ya se ha apresurado a denostar la muestra y a justificar tan innoble acto de censura con su latiguillo favorito: «hacen política». Es de psiquiatra que el también alcalde de Xàtiva desprecie con tanta saña todo lo que, a su juicio, es «hacer política», oficio que (en todas sus variantes, algunas no demasiado ejemplares) practica las 24 horas del día los siete días de la semana.