El ensayo para una eventual huelga general en que se había convertido solapadamente el paro de ayer de los funcionarios y empleados públicos no alcanzó todos los objetivos previstos. La protesta se dejó sentir en los centros de trabajo y la afluencia a la manifestación fue nutrida, pero no se llegaron a paralizar los servicios afectados por la convocatoria ni la actividad cotidiana se vio especialmente perjudicada. Este resultado parece indicar que la mayoría de la ciudadanía no está por lanzarse a protestas multitudinarias en estos tiempos de crisis. Que España no es Grecia parece ratificarse también a la hora de comparar las movilizaciones, seguramente porque, en efecto, las situaciones no son comparables, pese a que los operadores de los mercados internacionales hayan castigado por igual a ambos países.

De la jornada de ayer los sindicatos pueden deducir que los trabajadores secundan su propia actitud de responsabilidad, que han venido demostrando hasta ahora con motivo de la crisis. Sin embargo, llegados a este punto corren el peligro de ser víctimas de su propia estrategia. Ayer mismo, Méndez y Toxo insistían en que estamos recorriendo el camino hacia ese paro generalizado. Sin embargo, la falta de pulso en la calle, en los centros de trabajo, seguramente les deberá llevar a replantear esa actitud e insistir hasta el final en la vía de una negociación en la que están implicados también patronal y Gobierno y que hasta ahora arroja resultados más bien escasos. Y el tiempo se agota.