Es de suponer que, a estas alturas del lunes, poco a poco la Valencia económica irá despertando con resaca de elefante a la dura realidad de lo ocurrido de forma precipitada el jueves 10 y viernes 11. Ambos días pasarán a la historia autóctona como las fechas en las que Valencia, sus territorios y sus habitantes volvieron a perder su autonomía, en esta ocasión la financiera —seguramente la madre de todas las autonomías— que no otra cosa significa la fusión en posición de absorbidas de Bancaja y la CAM, triste escena final que hace tan sólo un mes nadie en la Generalitat, en la calle o en los despachos podría haber imaginado. Situados inesperadamente en este dramático escenario, el peor de los posibles, y antes de abordar un futuro incierto —una especie de «replegá», como le llaman los falleros al síndrome de Penélope— conviene repasar lo ocurrido y sus consecuencias para aclarar conceptos y contrarrestar las oleadas de argumentarios elaborados para forzar a la opinión pública local a comulgar con ruedas de molino. Vistas con perspectiva global, las fusiones de Bancaja y la CAM son sólo diminutas peripecias de una gigantesca y muy preocupante crisis económica nacional que acalla cualquier consideración de corte regionalista. Pero desde la óptica local, lo mínimo que puede decirse es que estas fusiones son el colofón a unas actuaciones erróneas y fracasadas de la clase dirigente valenciana durante los últimos años.

El control ya no es local. El traslado de los centros operativos de las dos cajas, que se hará efectivo paulatinamente, representa que las decisiones importantes sobre la gestión y destino de los miles de millones de euros depositados por los ahorradores valencianos en esas dos entidades se van a tomar a muchos cientos de kilómetros de distancia de Valencia y Alicante. El factor proximidad de las cajas, una de sus ventajas y razones de ser, queda, por tanto, anulado. En consecuencia, los intereses económicos de la Comunitat ocuparán sólo un lugar secundario, si es que ocupan alguno. Tales decisiones responderán al interés y beneficio de los grupos que, hablemos sin artimañas, han absorbido Bancaja y a la CAM. Así lo marca la lógica de la economía de mercado, la misma cruda lógica que ha impuesto su voluntad a los equipos directivos de ambas cajas, a los miembros de sus consejos de administración (invitados de piedra a este festín), a la Generalitat y al resto de los sectores de la economía valenciana, todos meros extras de esta trágica y frustrante función.

Adiós a marcas y culturas. La fórmula adoptada de SIP está creada para ayudar a los gobiernos autonómicos y a los consejeros y cúpulas dirigentes de las cajas a aceptar (y hacer aceptar) la amarga medicina de perder el control de sus entidades a manos de otras que han demostrado mayor calidad de gestión (Cajastur en el caso de la CAM), o mayor poder e influencia (Caja Madrid en el de Bancaja). A cambio de su sumisión, los nuevos dueños les garantizan la permanencia temporal en sus puestos y cierta apariencia de continuidad conservando de forma ficticia la marca y sus inútiles órganos de gobierno. Pero no tengamos dudas: o se rompe el SIP, lo cual sería suicida dada la imperiosa necesidad de ayudas del Frob que el SIP garantiza, o en menos de cinco años las marcas y logotipos de Bancaja y de la CAM sólo serán recuerdo de un tiempo que pudo haber acabado de otra manera. Así ocurrió con las marcas (y culturas bancarias) del Banco Central y del Hispano Americano que formaron el BSCH, posteriormente subsumidas por la del Banco Santander que tan orgullosamente preside el cántabro Emilio Botín, y con los bancos (y culturas) de Bilbao, Vizcaya y Argentaria, a su vez disueltos dentro del BBVA.

Las sedes no importan. Tampoco es convincente el argumento de que la sede social de Cajamadrid-Bancaja y su grupo de empresas cotizadas se queda en Valencia como señal de poder. Casi nadie sabe ni le importa dónde están ubicadas las sedes del Santander o del BBVA. Tampoco hay nadie en Bancaja a quien el hecho de que durante años la sede de la entidad estuviera en Castellón le haya impedido actuar libremente (al menos el consejero Tirado no ha movido un dedo para evitarlo). En fin, ¿qué tiene más importancia, la ubicación física o el reparto de poder? Ya se ha contado: cuando se incorporen al SIP de Bancaja-Cajamadrid (¿la futura Caja Europa?) las otras cinco cajas de ahorro previstas, el porcentaje de la valenciana en el nuevo grupo se reducirá del 42 al 37%, y mucho más cuando lo hagan Caja Duero y Caja España, como ya se ha avanza en la «capi». Primero se deslocalizó la industria local y ahora lo hacen las cajas. ¿Qué será lo siguiente? ¿la Generalitat? ¿los ayuntamientos, como propone Blasco? (por favor, empiecen por la diputaciones, a poder ser por la de Valencia...).

Aviso para navegantes prepotentes. Tengan cuidado Rodrigo Rato y sus atildados asesores madrileños con el nuevo vicepresidente ejecutivo de la casa. No se confundan. José Luis Olivas es un hombre perseverante y decidido que discretamente y desde hace un cuarto de siglo está escribiendo, párrafo a párrafo, su propia historia de éxito, sin que se sepa cuándo va a poner la palabra fin. Así lo demuestra el recorrido, desde cuando siendo niño ayudaba a su padre a montar los rollos de las películas del cine de Motilla de Palancar, hasta hoy, cuando aun con muchos años por delante ha alcanzado la planta noble del impresionante rascacielos diseñado por Norman Foster, sede de Caja Madrid. Allí, en su futuro nuevo despacho a la vera de RR, podrá contemplar desde el cielo los tejados de la capital y dejar volar su imaginación. Avisados están.

Decisión impuesta

Las fusiones de Bancaja y de la CAM han sido impuestas desde fuera respondiendo a intereses ajenos. Impuestas a Presidencia de la Generalitat, el rompeolas donde debería haberse frenado este expolio del patrimonio financiero regional. Pero el presidente de la Generalitat, distraido y mal asesorado, ni ha estado ni se le esperaba. Es posible que algún día se hagan públicas las sobreactuadas presiones ejercidas desde el Banco de España sobre Bancaja para que se «rindiera» ante CajaMadrid —con peores números y ratios— . Una presión, la del gobernador, al servicio de una forma de ver el Estado tal vez útil desde la óptica de Madrid, pero puede que no tanto si se quería preservar el interés de los valencianos. También iremos conociendo la estrategia desplegada desde la fundación FAES para poner a la flor y nata de sus generales —Olcese, De Guindos...— al frente del grupo de asalto de Rodrigo Rato para la toma de control de Bancaja (van a conocer de primera mano ahora en Pintor Sorolla cómo trabajan los «halcones»). Es obvio que Olivas poco podía hacer sin el respaldo decidido de Camps y de las organizaciones y lobbys empresariales valencianos, los verdaderos perdedores de esta movida, más que asegurarse para sí mismo y sus sucesores un futuro espléndido y para Bancaja la apariencia de ser algo más que una casa en ruinas abducida desde Cibeles para mayor gloria de no se sabe muy bien qué o quién.