Una idea ¿puede ser buena aunque se le haya ocurrido al conseller Rafael Blasco? Por supuesto, aunque no sé yo si eso de fusionar pueblos pequeños se traduce en algún ahorro. Madrid y Valencia bien grandes que son y deben más que Alemania en Versalles. Comprendo el horror de los pueblos pequeños a perder su identidad: el otro día pedaleaba por el barranc del Carraixent y en eso que nos detuvimos a cosechar lavanda silvestre. De una mata próxima, rozada por mi mano, se desprendió de modo explosivo una especie de baya o cápsula como un pepino pequeño que se proyectó con tal fuerza que llegó a salpicarme las gafas. Toqué otras cápsulas y ocurrió lo mismo: Pensé al instante en «La invasión de los ladrones de cuerpos»: aquella baya podía atraparme y suplantar toda mi incomparable esencia valenciana. Tememos dejar de ser antes de que nos entierren, incluso después de que lo hagan. Si uno fusiona, por ejemplo, Viver, Jérica y Teresa, ¿qué queda? Pues algo tan incomprensible como las urbanizaciones, que tienen un trozo por aquí y otro por allá y, por cierto, nadie habla de fusionarlas. Por otra parte, ¿cómo es posible que sea bueno fusionar cajas de ahorro, en frío o en caliente todo depende de la lujuria del cajero, y sea malo fusionar pueblos? Hay días en que no soy capaz de afirmar una idea sin suscribir la contraria. ¿Qué le puede ocurrir a nuestra identidad diferenciada si la pasta de la nit del foc se emplea en la verbena de San Isidro? Creo que habríamos de empezar por fusionar cosas más sencillas como las comisiones falleras, supongo que no se dejan.

Aunque Marx dijera que el capital no tiene patria, repetimos esa cantinela de que nos vendría bien disponer de un instrumento financiero propio. ¿Para hacer más Terras Míticas? Claro que los supuestos gestores profesionales de la banca se han dedicado durante años a prestar a quien no podía pagar y a especular contra su propio accionariado, así que estoy a favor del dispendio y de que Rita nos ponga más farolas, más macetas y moqueta roja en toda la ciudad.