En medio de tanta telebasura preñada de personajillos prescindibles, que deben su notoriedad a haber sido amantes de tal o cual, montar numeritos en los platós de televisión o participar en concursos carentes de valores humanos y de un mínimo nivel intelectual, pasan desapercibidas, las más de las veces, las vidas de gente que día a día acude a su trabajo con seriedad y trata de mejorar su situación económica y a la vez de contribuir al bienestar de todos nosotros. Probablemente no todos son jueces o secretarios judiciales que avanzan sus causas más allá de sus obligaciones y a pesar de la falta de medios, ni maestros que se entregan con ilusión a sus alumnos uno y otro año inasequibles al desaliento, tampoco son todos novelistas esforzados en crear mundos que transmiten experiencias y emociones que van más allá de nuestras rutinas, ni tampoco empresarios que luchan por mantener abiertos sus negocios y asegurar la existencia de sus empleados, o médicos que nos echan una mano cuando nos fallan las fuerzas, ni policías que nos protejan, ni bomberos heroicos o anónimos, algunos son ese vigilante que vela por nuestra tranquilidad, la persona que limpia nuestro despacho, el señor del kiosco, que tantos pequeños problemas nos resuelve cada día o la empleada de la tienda que nos sonríe y nos atiende con paciencia aunque lleva a su espalda una jornada laboral de ocho horas de plantón.

Ninguno de ellos se hará rico, de muy pocos de ellos se hablará en los periódicos, pero son las personas importantes que nos acompañan cada día, gentes como nosotros que a su trabajo acuden y con su dinero pagan y por eso es tan importante que de alguna manera reconozcamos la grandeza de esas vidas corrientes, como las nuestras, y que tratemos de inculcar los valores de esfuerzo, seriedad, honestidad y servicio con que desarrollan sus tareas porque ésos, que no los macacos de la televisión, son los ciudadanos que cuentan, las personas que nos gustaría que fueran nuestros hijos en el futuro.

Desde aquí me atrevo a lanzar la iniciativa de darle la palabra a esas personas que pasan tantas veces desapercibidas y a poner en valor sus vidas aparentemente corrientes, pero que encierran grandes dosis de generosidad y de esfuerzo, y que pueden servir de ejemplo a esa generación que ni estudia ni trabaja y sólo sueña en ser famoso algún día sin hacer nada y en que le paguen un pastón por ventilar sus miserias frente a una cámara o en pegar un pelotazo que le permita no dar jamás un golpe. Me encantaría encontrarme en un periódico con el relato del señor del estanco de la esquina que educó a sus hijos y fue capaz de crear nuevos negocios que les asegurasen el futuro, a la señora que vino de Andalucía sin nada en que apoyarse y tuvo que limpiar casas pero llegó a sacar adelante a su hijo con problemas de salud y a coordinar con responsabilidad un grupo de personas en una empresa de limpieza, a ese albañil que pasó a constructor y al que nunca le faltó trabajo pero que nunca será rico porque no especuló. ¡Hay tanta grandeza en gente que pasa desapercibida! ¡Qué fantástico sería escuchar sus opiniones y no las bobadas de las nietas de los dictadores, las ex amantes de un torero o los musculados asalta-camas de viejas glorias!

Catedrático de Química Analítica. Universitat de València