Tenemos un nuevo visitante en el cielo nocturno, que ha alcanzado el brillo suficiente para que ya pueda verse a simple vista desde zonas sin contaminación lumínica, aunque este fin de semana no es el mejor, meteorológicamente hablando, para localizarlo. Es el cometa Hartley, que no hay que confundir con el mítico Halley, ya que éste no regresará hasta el año 2061. Pero el Hartley surca ahora la bóveda celeste y a lo largo del mes deambulará por las constelaciones del firmamento boreal, como Casiopea y Perseus, hasta que el día 20 alcance su máxima aproximación a la Tierra y el día 28 llegue al perihelio, su máxima cercanía al Sol, que es el astro captor que con su gravedad atrae a los cometas del Sistema Solar que, periódica o inesperadamente, se dejan ver por aquí.

El Hartley no es aparentemente gran cosa. Muestra algo de cabellera y muy poca cola, aunque quizá la desarrolle en los próximos días. De todas formas, su presencia en el cielo está sirviendo para recordarnos la aureola mágica que envuelve a los cometas, que se debe tanto a sus repentinas apariciones en el supuestamente inamovible firmamento, como a su aspecto grandioso cuando las colas cometarias alcanzan su máxima extensión. Cualquiera diría al verlos que, en realidad, se trata de los despojos de la nebulosa de gas y polvo primordial de la que nacieron el Sol y los planetas. Buena parte de los fragmentos de aquella nebulosa que no están en los planetas vagan por ahí arriba en forma de cometa o asteoide, y algunos, a pesar de su naturaleza residual, han causado asombro por su gran belleza e impacto visual.

Al Halley se le conoce como el más famoso, pero otros le ganaron en espectacularidad, entre ellos el más brillante de las últimas décadas, el Hale-Bopp, que se descubrió en 1995 y que en la primavera de 1997 deleitó a millones de personas con el resplandor de su doble cola, un rasgo poco común entre los cometas. Una de ellas se inmortalizó en color azul en las fotografías, mientras que la segunda aparecía con el patrón habitual de las blancas colas cometarias. Casi un siglo y medio antes, en 1858, la doble cola del cometa Donati ya fue objeto de atención mundial, tanto que no sólo los astrónomos se fijaron en él. También lo hicieron los poetas, los artistas y la inmensa mayoría de la gente que paseaba por las calles de Europa. Se le vio desde París, Roma y otras capitales del continente como fondo de sus grandes monumentos, en una imagen que actualmente parece una quimera, porque las grandes ciudades se han convertido en lo que el escritor turolense Antonio Losantos llama la «constelación inversa».

Las luces urbanas, desde abajo, alumbran incontroladamente el cielo e impiden ver las constelaciones reales y la mayor parte de los astros, salvo la Luna y los luceros, los planetas de mayor brillo. En 1858, las cosas no eran así y el cielo se podía contemplar a la perfección, de forma que los cometas eran objeto de atención para todo el mundo. Ahora, en cambio, quien quiera observar la tenue estela del cometa Hartley tendrá que abandonar, antes que nada, la ciudad e irse en busca de cielos oscuros, ya que su brillo no es —al menos de momento— tan impactante como el de los grandes cometas de la historia.

Pero aunque algunos no puedan verlo, parece que tenemos espectáculo asegurado: la NASA tiene previsto un encuentro de su sonda espacial Epoxi —que continúa la misión Deep Impact del año 2005 en el cometa Tempel— con el Hartley el 4 de noviembre próximo. El objetivo de la misión, esta vez, es conseguir fotografías del núcleo del cometa desde una distancia aproximada de unos 1.000 kilómetros. Pese a que la estampa de los cometas en el firmamento induce a pensar que son gigantescos, el corazón de estos astros errantes, es decir, su núcleo, apenas tiene unos cuantos kilómetros de diámetro. En el caso del Hartley es más bien diminuto, porque se estima que únicamente mide 1,5 kilómetros, frente a los 10-15 que tienen sus hermanos mayores, como el Halley. Ciertamente, las colas de los cometas alcanzan extensiones de millones de kilómetros a causa de la acción del Sol, pero su densidad es prácticamente nula, casi como el vacío. Paradojas del Cosmos.

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