Estoy hecho un lío. Mi gobierno autonómico ha decidido emitir deuda pública y venderla a sus propios ciudadanos. Se conoce que padece una severa crisis de tesorería, que no llega a fin de año y que los bancos no le descuentan papel, como a tantas empresas, así que nos va a ofrecer un montón de bonos a mil euros. En realidad, está resolviendo un problema que se habrían comido otros, porque hay elecciones a finales de noviembre y las va a perder. Pero no quiere dimitir totalmente de sus obligaciones, entre las que se encuentran cerrar el año con algo de corrección. Mi duda es: como ciudadano, ¿gano o pierdo con el invento?

La iniciativa me ha recordado los "bonos de guerra" que se emitieron durante la primera y la segunda guerras mundiales por parte de varios países. Su compra constituía una inversión arriesgada, puesto que la derrota del propio país significaba la pérdida de la inversión. Quizás por ello se ofrecieron intereses elevados: Estados Unidos puso a la venta emisiones al 75% de su valor nominal, lo que significaba una ganancia final del 33% de lo aportado. Aun así, la propaganda del momento insistía en las motivaciones patrióticas: los bonos debían ser comprados para ayudar a "nuestros muchachos" en el frente. Superman, Batman y Robin aparecieron en grandes carteles, vendiendo bonos, y los personajes de Disney los recomendaban desde las pantallas de los cines.

No es tan grave el caso de mi autonomía, que solo está en guerra contra la crisis, ni tan elevado el rendimiento. La inversión es por un año, y se paga a un interés del 4,75%, claramente por encima de la media del mercado. En realidad, es bastante difícil encontrar inversiones con garantía pública que ofrezcan un rendimiento parecido y que el ciudadano de a pie pueda ir a comprar a la oficina bancaria de la esquina. Ya solo falta que los dispensen en cajeros automáticos contra la introducción de la tarjeta de crédito.

La emisión constituye una buena oportunidad para los flecos improductivos mis escasos ahorros. Mi duda ciudadana nace de constatar que este 4,75% lo pagaré yo mismo como contribuyente. Por lo tanto, el éxito de la operación me complica la vida. En este sentido, hubiera preferido un interés más bajo, pero entonces no tendría ningún deseo de comprar. ¡Señor, que lío! En cualquier caso, si yo no los compro y otros sí lo hacen, yo voy a sufragar sus ganancias sin sacar tajada alguna para mi propio bolsillo.

Por tanto, creo que voy a comprar.