El PP recibe en sus manos un país herido y haría bien en guardar la euforia para otra ocasión. No sólo por respeto al dolor de millones de españoles que lo último que esperan ver es la alegría de los que han triunfado a causa de sus heridas. También porque nada de lo que se puede atisbar en el futuro permite ser optimista. En realidad, España se enfrenta a la situación más grave de su historia reciente, no tanto por lo que ya palpamos sino por la potencialidad crítica que encierra el presente. Si esta situación no se sabe manejar bien, corremos riesgos como país y como sociedad que no estamos en condiciones todavía de identificar en toda su dimensión. Es de esperar que la visible molestia de Rajoy ayer, ante los suyos, sea el índice de la grave tarea que le espera, de la mayor autoconciencia de los líderes respecto de los militantes.

En esta coyuntura, lo más urgente es ponerle fin al Gobierno de Zapatero. Fue, ha sido y es un inmenso error confiar nuestra realidad política a una persona que por preparación, carácter y estilo no puede sino empeorar la cosas. Su comparecencia el domingo, tras el reconocimiento del desplome electoral de su partido, fue tan errónea, insincera e improvisada como ha sido por lo general su actuación política. Incapaz de percibir la gravedad de las cosas, insensible a todo lo que no sea el mejor diagnóstico, culpó a la crisis del desastre de su partido. No esperábamos otra cosa de él. De un líder con agallas habríamos esperado al menos el reconocimiento de que la crisis hasta cierto punto era en parte también su responsabilidad. De hecho, su manejo de esta crisis es la última de las equivocaciones de una línea política plagada de errores, desde el momento mismo de su triunfo, incapaz de descubrir que ya entonces los intereses que lo auparon no eran los propios de la mayoría de su pueblo. Su entrega a las ilusiones políticas de Maragall y Carod, la aceptación de la agenda política de ambos y su disposición a imponerla a todo el Estado, incluso a costa de un pacto injusto como el del Tinell, su cuestionamiento de la legitimidad de la Transición, que de forma tan intensa había beneficiado al PSOE a costa del PC, la neutralización dentro del PSOE de todo lo que significara discrepancia o falta de sintonía con su estilo banal, su incapacidad para enfriar la burbuja inmobiliaria con la pedagogía y la legislación adecuadas, cuando todo el que pensaba un minuto sabía que era inmantenible e injusta desde su origen, su incapacidad de percibir la gravedad de la situación económica que se avecinaba, su arrogancia cuando menos fundamento tenía para ella, su rechazo de todo lo que significara vincular la economía española con la alemana y su entrega a los intereses italianos actuales, tan inquietantes, todo esto era tan equivocado y erróneo que parece imposible que quien ha persistido en una trayectoria política tan nefasta, ahora sepa ver su responsabilidad en la herida española.

Sin duda, el PSOE debe ser refundado, como ya he dicho en estas mismas páginas. Pero es difícil estimar el camino para ello. Por mucho que oficialmente se mantengan las primarias, dudo que alguien que no sea Chacón esté dispuesta a ir a ellas. Finalmente, los intereses mediáticos que están detrás de Chacón son tan fuertes que le exigirán que dé la batalla. Pero Chacón es la otra cara de Zapatero y sólo pensar en su presentación nos permite suponer que este partido todavía no ha tocado fondo en su arriesgado camino. En realidad, si abstraemos del hecho de ser ministra de un gabinete sin poder alguno, Chacón no tiene otro título que le avale. No se le ha oído una idea política que permita asegurar que puede tener algo parecido a la madera de un líder. Así las cosas, espero que en la ejecutiva federal del sábado el clamor no sea en su favor. El único equipo de entidad que guarda el PSOE en activo, capaz de hacer que este partido regrese al minuto antes del error Zapatero, quizá sea el que se arremolina alrededor de José Bono, en el que Barreda ahora debe ser una parte muy activa. Sólo estos hombres, junto con Rubalcaba, podrían recoger lo mejor del grupo parlamentario —Madina y demás— y recuperar un discurso socialdemócrata para un país en crisis. Pero el PSOE no podrá recoger la voz de los que sufren si es su política la que los hace sufrir. Si el sábado no sale un adelanto electoral y un candidato nuevo, que haga la autocrítica que Zapatero es incapaz de hacer, el PSOE camina hacia la catástrofe de marzo, un mes histórico de aumento del paro. Y si el PSOE camina hacia la catástrofe, entonces España tiene un problema grave.