Aún no he visto niños tragafuegos en las esquinas de los semáforos. En México DF, por un pesito, se echaban una cucharada de queroseno en la boca y con una mecha prendían la chispa ante los Cadillacs negros de cristal ahumado. Una llamarada de dos segundos brotaba de las gargantas cada dos minutos.

Tampoco creí que los culebrones fueran a instalarse en la tele dos décadas atrás, y ya son escuela de actores y espectadores. Ni siquiera sospeché que una nueva ministra, Ana Mato, que parece querer borrar cuarenta años de avances en las mujeres españolas, declarara la violencia de género (ese tabú aún en la UE) como violencia en el entorno familiar. A este paso me veo tornando a los pololos azules con sobrefalda para danzar en cualquier sala de baile de la noche valenciana.

Sin embargo, veo ojos sin brillo, risas forzadas, itinerarios de personas sin rumbo fijo con carritos cargados de pertenencias personales hablando solas y deteniéndose una vez por semana en las oficinas de Cáritas de la iglesia. Comida no falta, desde luego. En Mercadona, esa cadena que va a construir ni se sabe de supermercados en Navarra, los estantes están abarrotados de alimentos y bebidas. Las dependientas, cada vez más maquilladas y delgadas, se pasan el día colocando y recolocando las latas, los embutidos, bajo el estricto control de un nuevo jefe. Presuntamente, el anterior era demasiado majo y ha sido destituido. Me lo ha contado Maribel mientras pasaba y repasaba el plumero por la sección de perfumes. Me dice que les atizan unas charlas en los tiempos de descanso, de miedo al miedo. Si se ponen enfermas, ya saben dónde tienen la calle. Si están a turno parcial por maternidad, les dan la vara para que vuelvan a coger el horario de ocho horas. Como prolegómeno, les exhiben a diario, a modo de share o audiencias televisivas, las cantidades de parados que existen en España para que le den gracias a Dios por la suerte que atesoran currando para el rey de los supermercados. Si no cumples con los objetivos de ventas, una vez más: «Ya sabéis dónde está la calle». De postre, el lema predilecto: «Se ha vivido por encima de nuestras posibilidades». «Serán ellos», suelta Maribel, o ¿no fueron los del PSOE los que nos alentaron a endeudarnos con créditos?

Joé con las contradicciones tan obvias de los sociatas y ahora los del PP. Ni que fuéramos tontos del higo. Valencia es una serie de blues encadenados que bien podrían componer La Seda-Jazz de Francisco Latino. O comedia negra de Berlanga, según se mire. Por mucho que se empecinen en mirar para otro lado, los habitantes de la Comunitat Valenciana no se merecen la fama de cuatreros que ostentan unos cuantos. O sea, que en 2012 seremos más recortados, para no perder la costumbre, y otros se harán inmensamente ricos, sin impuestos a las grandes fortunas y mareando la perdiz de por un lado subo un poco de aquí, pero te lo quito de allá a los funcionarios. Sin ningún reconcome de ver crecer sus posesiones y no invertir en lo bueno que ya teníamos. El blues de Valencia tiene la letra fácil para 2012: Emarsa, el juicio de Camps, Urdangarín €que será el proceso judicial estrella€, un aeropuerto sin aviones, miles de casas vacías y un Toni Cantó que da sus dietas a la Casa de Caridad. Un año más, miles de millones menos. No precisamente en crear empleo y demanda. Para poder consumir, claro.