El nacionalismo catalán como ideología ha estado presente, con mayor o menor intensidad, en la vida política española en los dos últimos siglos. Y no se ha sabido o podido encajar con el nacionalismo español, pues como suele ocurrir con los encajes de muchos nacionalismos etnoculturales en el marco de los estados nación europeos, se ha venido considerando al nacionalismo catalán, al igual que ocurre con el nacionalismo vasco y el gallego, como un mal, un obstáculo que había que superar, en tanto que el nacionalismo español ha venido siendo el bien que había que preservar o incrementar.

Los nacionalismos en Europa han seguido dos caminos bien diferentes, sin perder en ambos casos su carácter cuasi-sagrado que satisface la necesidad evolutiva de raíces de los pueblos y la necesidad de la tradición en la vida de cualquier comunidad. En los actuales estados nación europeos, unos pocos de ellos han conseguido hacer coincidir el nacionalismo político con el nacionalismo etnocultural como en el caso de Francia „la France èternell„ o a su manera la actual Alemania federal, mientras que en otros, como es el caso de España, Bélgica o el Reino Unido, el nacionalismo político estatal no ha podido impedir que el nacionalismo etnocultural de algunas de sus comunidades o regiones continúe manteniendo sus reivindicaciones políticas soberanistas. Unas reivindicaciones que tienen sus orígenes en la mayoría de los casos en la Edad Media, cuando van forjándose lenta pero inexorablemente las identidades de sus numerosos y fraccionados reinos.

La multitudinaria manifestación de la pasada Diada en Barcelona, reclamando con toda claridad y contundencia la independencia para Cataluña, a fin de lograr su anhelada aspiración de hacer converger sus hondas raíces etnoculturales catalanas con la dimensión política de un nuevo y hasta ahora inédito estado nación, ha sido algo más que una algarabía „Rajoy dixit„. En realidad, se ha tratado más bien de una manifestación millonaria por el número de participantes que, entre otras cosas, legitima la aprobación de una petición de independentismo en el Parlament catalán

Ahora bien, en una democracia constitucional como la española actual, las manifestaciones multitudinarias, por grandes, pacíficas y festivas que sean, no son suficientes para expresar la voluntad mayoritaria de toda la ciudadanía. Esto último sólo se podrá conocer a través de las urnas electorales, y esa parece ser la intención del president Mas al anunciar el adelanto de la convocatoria electoral autonómica, cuyos resultados permitirán conocer las inclinaciones y preferencias sobre el independentismo por parte de los más de seis millones de ciudadanos catalanes que no participaron en la Diada. Unos ciudadanos que viven en hogares en los que en más de la mitad de ellos se habla castellano, y en los que el apellido García es el más frecuente, como ocurre en el resto de España, según datos recientes del INE. Una situación sociológica que junto a las mayoritarias reacciones adversas que han suscitado en numerosos ámbitos políticos, financieros y empresariales españoles e internacionales, no auguran un camino fácil y de consenso para alcanzar en un plazo razonable los objetivos soberanistas catalanes.

Por lo que se refiere a las propuestas de los dos partidos políticos mayoritarios españoles, la de carácter federal que propone el PSOE no parece que pueda satisfacer las aspiraciones soberanistas catalanas y vascas, ya que éstas solo podrían ser satisfechas, hipotéticamente, en un Reino de España de carácter multinacional, en tanto que la continuidad, con algunos retoques, de la España de las autonomías que propone el PP, deja el problema igual o peor de lo que se encuentra actualmente.

En una España y una Unión Europea democráticas, la satisfacción de las aspiraciones soberanistas seculares de aquellas de sus regiones o comunidades etnoculturalmente diferenciadas de la cultura y estructura política de los estados nación en los que se encuentran, va a requerir un ejercicio históricamente inédito de diálogo y mucha imaginación política, así como menos prejuicios históricos. Unos prejuicios que habrá que superar si realmente se quiere mantener las cuotas de libertad ciudadana exigibles para garantizar una convivencia auténticamente democrática de todos los ciudadanos, con independencia de los nacionalismos etnoculturales y políticos con los que se identifican. Lo que podría conducir a un inédito diseño de nuevos Estados europeos y eurorregiones.