La profesión teatral se le subleva, los bailarines lo denuncian ante el juzgado, las ayudas al teatro llegan tarde, mal y poco claras, el Centro Coreográfico se traslada, el Talia echa el telón como espacio público y sus representaciones se trasladan al Palau de les Arts, dicen, sin que nadie haya aclarado cómo ni cuándo, el Principal, a peso... y ahora despide a su brazo derecho en el Ballet de Teatres, al coreógrafo que ha sido el único aval que ha tenido dentro de la compañía.

Inmaculada Gil Lázaro, ¿directora general de Teatres?, tiene un problema dentro de su casa. Es ella misma. Ha dejado a la profesión y al sector hecho unos zorros y hasta su costoso ojito derecho navega en caída libre, aunque vaya a tener una presencia en el «Rigoletto» que se estrena este sábado. Pero aún así, Gil Lázaro tiene un serio problema. Ya sólo cuenta con el apoyo de su acompañante y no se sabe ya ni quién lleva las riendas de la institución.

Estas son las consecuencias de haber mantenido durante muchos años una política cultural, en este caso teatral, solamente de partido. De no haber querido nadie confiar en nadie por miedo a perder el bastón de mando y de haber encapsulado una situación que el tiempo ha gangrenado.

El problema de Teatres es Teatres, o mejor dicho, en lo que han convertido Teatres. Son las decisiones arbitrarias y caprichosas, la intromisión política en su programación, las deudas acumuladas a causa de inmiscuirse en proyectos incoherentes de pago político, altísimo coste y escasa rentabilidad social „¿Nadie se acuerda ya de «Bienvenido Mr. Marshall» o «Balansiyyá»? Ahora ya no tiene remedio. Sólo queda polvo, una profesión desorientada, como el propio público, y un futuro desalentador.

Son las consecuencias de colocar a familiares inexpertos y primar amigos por encima de todo lo demás. Que lo cierren.