Las acciones de Bankia, aquella joya de la corona que el Partido Popular puso en manos de su exvicepresidente del Gobierno en los años dorados, Rodrigo Rato, cerraron ayer a 0,33 euros por unidad. En julio de 2011, unos beneficios que luego resultaron ficticios (mejor dicho, falsos) elevaron el precio de la acción en su salida a bolsa a 3,75 euros, más de diez veces lo que ayer se pagaba a unos inversores desesperados por salvar no ya los muebles sino las astillas para leña. En un ejercicio de transparencia que se lleva en estas fechas, alguien filtró que cuando el Frob (el Estado) entrara a saco en la entidad, necesariamente con una ampliación de capital, los títulos se iban a diluir hasta valer 0,01 euros, un céntimo, 375 veces menos que en su cacareada salida al parqué. «¿Cuánto dinero quieres perder?», pregunta el agente bursátil. «Todo, pondré las acciones en la pared, en marcos de los chinos, para no volver a caer en el engaño», responde el pobre estafado.