En estas últimas semanas el Vaticano ha sido centro de la atención periodística al dimitir un Papa y ser elegido su sucesor. El Vaticano es una compleja organización burocrática, llena de misterios y conspiraciones porque es muy poco transparente. Ahora, el nuevo pontífice, Francisco, tendrá la oportunidad de asomarse a un mundo lleno de apaños económicos y sexuales y de una red de complicidades que tienen muy poco que ver con la predicación del Evangelio.

El Vaticano está gobernado por varones célibes y, en general, muy provectos lo que no facilita la oxigenación de la religión.En realidad la gente bautizada distingue entre religión e Iglesia y aunque pueda aceptar la primera, se desentiende de la segunda. Cada día va a misa menos gente, se confiesa o se casa por la iglesia. Entre otras razones porque cada día hay menos clérigos. La mayoría de éstos son mayores de sesenta años y las nuevas generaciones no son muy aficionadas a ser curas.

Puede que la cosa tuviera un cierto arreglo si los curas se pudieran casar o las mujeres pudieran ser curas pero no parece que el nuevo Papa esté interesado en estas reformas aunque parece inclinado a dar más apoyo a los pobres. ¿Cómo lo hará?

Nuestro país protege a la Iglesia de muchas maneras y entre ellas entregándole diez mil millones de euros anuales, algo que no es del gusto de muchos españoles que aguantan una crisis pavorosa mientras los curas disfrutan de ese dispendio. Populares y socialistas coinciden en proteger ese fuero privilegiado de la Iglesia en una Europa donde esta situación ha desaparecido. Ni siquiera Italia, donde está la cabeza de la Iglesia, la financia.

El Vaticano, como se vio con ocasión de la elección del Papa, es una institución más bien folklórica, muy propia de la televisión y como ésta, muy teatrera. Nada que ver con los esfuerzos de tantos de sus abnegados miembros por mejorar la suerte de los más infelices de la tierra. Esa, la caridad, es lo que salva a la Iglesia de un reproche universal.