No es de recibo que nuestros políticos sean totalmente reacios a modificar la Constitución del 78 por miedo a sus consecuencias y mientras tanto por la vía de la modificación de los estatutos de autonomía se adapte su conflictivo Título VIII a gusto de sus consumidores. Y se altera precisamente el Título mas improvisado y conflictivo de nuestra Carta Magna, que se tuvo que hacer rápidamente y a presión, ya que cuando se redactó, el presidente Adolfo Suárez ya había creado dos años antes las 17 preautonomías en hábil maniobra para adelantarse a las exigencias de la izquierda, encabezando así la manifestación reformista de España.

Naturalmente, llegados a ese punto no había más remedio que poner en marcha un arriesgado sistema que podía dinamitar al Estado, casi sin tiempo a medir sus consecuencias. El camino más fácil fue el de admitir gratuitamente dos clases de autonomía, las que tenían pedigrí y las demás, sin atender a los antecedentes históricos o a los sentimientos reales de sus ciudadanos.

Las gallega, vasca y catalana a toda velocidad, con parlamento y con todas las competencias. Y las demás de segunda división, sin disponer de parlamento. Un tremendo absurdo, ya que Valencia tenía 750 años de historia, igual que Cataluña y Aragón y otras como Andalucía, Cantabria, Rioja y bastantes más no sabían eso cómo se comía.

Los vascos vieron aprobado su Estatuto en plena Guerra Civil en las Cortes celebradas en noviembre del 36 en el Ayuntamiento de Valencia. Y los gallegos comenzaron a debatirla el año 39 y nunca se aprobó. Esas eran las de primera intensidad, sin más motivo que tener lengua propia. Ante tanto desatino se tuvieron que reequilibrar todas a través de leyes complementarias como la Lotrava o la Lotraca.

Y una vez acabada la improvisación, comenzaron a andar cada uno por su lado con sus gobiernos, parlamentos y administraciones, manejando sus dineros a su propio criterio. Y cuando se vieron que faltaban, comenzaron las exigencias, que de eso saben mucho los nacionalistas, ya que de ello depende siempre su programa electoral Y como los gobiernos centrales siempre han tenido necesidad de los votos nacionalistas „fruto de una mala ley electoral„ pues a cada exigencia ha seguido una propuesta de cambio de Estatuto con más y más competencias y más dinero para su Administración.

Esos cambios de competencias en el fondo han sido cambios del Titulo VIII de la Constitución por vía retrógrada „por la espalda„ sin que nadie se opusiera, que los apoyos nacionalistas lo valían. Y así, tacita a tacita hemos llegado a un punto que parece que nos vamos a ver gobernados por los que más chillan, más protestan o más amenazan. Y eso no se puede aguantar porque así se cargan a España, y España somos todos

Por ello hace falta „sin demoras ni miedos„ meter en debate a nuestra Constitución y atacar su Titulo VIII definiendo, de una vez y para siempre, las competencias máximas que se van a poder conceder a las autonomías y eliminando todas las estructuras que se hayan creado irresponsablemente fuera de esos cauces. Porque el Estado español es fuerte y porque es el responsable de mantener la unidad estable de todo el país. Los gobiernos débiles „que en número de 26 festonearon la Segunda República„ nos llevaron a un enfrentamiento que no se habría producido con gobiernos fuertes. Y aquí hay una cosa a favor de esas decisiones, que es una ciudadanía mucho más madura y responsable que lo que los políticos piensan. Si quieren comprobarlo, que propongan cambios constitucionales y verán con qué cordura responde el pueblo español. Con la misma que durante el período 75/83, que con serenidad atacó un nuevo porvenir en democracia sin rencores ni miedos, porque aquí el único miedo parece que está en nuestros políticos.