Después de sembrar el pánico durante los últimos días en las playas valencianas, entre Puçol y Cullera, el tiburón sin dientes que toda la flota de seguridad perseguía ha acabado muriendo en los canales de hormigón de Port Saplaya, herido, cansado y seguramente víctima de un estrés más intenso aún que el que sufren los clientes a la hora de pasar la compra por la caja de Mercadona. Los expertos tuvieron que administrarle una inyección letal para acabar con su sufrimiento, con su pena, después de deambular varios días cerca de la costa para protegerse de las corrientes, aquejado de una debilidad extrema. En abril, un calderón entraba en el puerto de Valencia. Después de tres días de cuidados, el cetáceo moría por una dolencia respiratoria. Hay lugares en los que se practica el turismo de ballenas. Aquí parece que los grandes peces llegan para pasar sus últimas horas, como los jubilados centroeuropeos. O quizás haya algo en las aguas de los puertos.