Los ministros españoles comerán el turrón gubernamental aunque no quieran, como es el caso de Wert, que pide irse pero no le dejan. El presidente ha descartado una crisis antes de Navidad, y si puede, durante el resto de su mandato. Ese poder carece de lectura unisignificativa. Unos creen que ha sido la forma contradictoria de anunciar que sí habrá crisis, porque poder, puede; basta que quiera. Otros interpretan beatíficamente que Rajoy desea llegar al final con todo el equipo, pero prevé que algunos de sus miembros perseveren en volver a la vida civil y otros apetezcan nuevos destinos, como Cañete al frente de la hueste pepera en las europeas de 2014, o mejor en uno de los comisariados comunitarios ocupando la cuota española que Almunia dejará vacante.

La crisis del gabinete será higiénica para la imagen del presidente, si desea remontar en unas décimas el suspenso común a todos los sondeos. Lo propio del orden jerárquico es que el jefe no se equivoca. Todos los errores son de sus subordinados y delegados, que para eso cobran, aunque poco. No deja de ser asombroso que Rajoy ensalce y respalde a ministros como Wert y Mato, que no han puesto un grano de arena, sino una playa entera en el contrapeso del prestigio ejecutivo; como también que no guarde cautelas ante el risible triunfalismo de Montoro, las resbaladizas tácticas gibraltreñas de Margallo, las retroleyes de Gallardón, las enormidades de la nueva ley de Fernández Díaz, el anticatalanismo latente de la mayoría, etcétera A todos justifica como dando a entender que son suyas de él todas las iniciativas, y no solo éstas sino también las conductas que las desarrollan.

Las crisis ministeriales cumplen funciones variadas: personalizar culpas, castigar errores, aceptar dimisiones encubiertas o desviar el ardiente foco de las zonas más sensibles. Si no concurre algún secreto sadomaso, es razonable pensar que al presidente le disgusten las huelgas permanentes e infatigables contra la acción de sus ministros, cuyo cese en algùn caso puede abrir puertas a la negociación y la concordia. La contumacia de Rajoy en ignorar el descrédito de ciertas políticas de su Gobierno sin apelar ceses que pueden ser muy sanos, tiene muy mala explicación salvo que esté interesado en demostrar que es el presidente democráticamente elegido, pero no el líder carismático que España requiere con urgencia para afontar los problemas interiores y los que nos endosan de afuera.

Apuntes ecuatoriales. En abril de 2013, un economista británico ironizaba así en una asamblea del FMI: «He participado en el diseño de muchos ajustes, pero jamás habíamos tenido que pedir a un gobierno que hiciese un ajuste menos duro. Al español, sí». Leo esto en un libro que recomiendo a todos los interesados por el fenómeno de la crisis: Un reportero en la montaña mágica. Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo, de Andy Robinson. No tiene desperdicio.

De Michael Pettis, famoso especialista en las balanzas de pagos, reproduce este juicio: «Zapatero tenía dos alterntivas: aceptar estancamiento económico y paro por encima del 20 % durante muchos años, o salir del euro. Mariano Rajoy tiene exatamente las dos mismas opciones». La salida del euro de España, Italia y otros países de la periferia europea «provocaria una fuerte revalorización del euro y un colapso en la máquina exportadora alemana». Ni siquiera como amenaza se atrevieron a unirse esos países, cuyo mérito es haberse sometido, y seguir haciéndolo, a la fracasada consigna de austeridad.

Rajoy ha pasado el ecuador de su mandato magnificando las palmaditas en la espalda de las instancias comunitarias o internacionales y anunciando, cómo no, que habrá nuevos ajustes (recortes) en los años venideros. «Más suaves», dice el presidente con el aval de su credibilidad, tan sólida como cuando dice que bajará el IRPF en 2015 „año electoral„ y acabará la legislatura creando un millón de empleos. Los especialistas saben que un ajuste del 50 % de la inversión pública, como el que hizo, es devastador para el crecimiento. La ambigüedad y la aleatoriedad de los signos de recuperación hacen de la promesa del millón de empleos un sádico sarcasmo. Y si acaba el mandato sin restaurar una parte significativa de los empleos perdidos, toda la legislatura habrá sido un inmenso error. Ninguna opción de pacto de mayoría consentirá al PP seguir gobernando España.

«La supuesta jerarquía moral de la Alemania acreedora y virtuosa frente a los indiscipinados PIGS del Mediterráneo era una falacia de grandes proporciones. La verdad era justo lo contraro. El principal culpable de la crisis era Alemania, y las principales víctimas los países del sur» (Pettis). «Decir que la crisis en España fue provocada por los hábitos despilfarradores de los ciudadanos frente a la frugalidad y laboriosidad de los alemanes es una lectura absoutamente falsa, hecha por quienes no entienden las raíces de la eurocrisis».

Pues sí que el señor Rajoy se ha lucido...