Una cosa tan simpática como esas pancartas que los de Greenpeace descuelgan desde el tejado de un palacio o desde la torre de una catedral, esa combinación, tan ciudadana, de alpinismo y ecofontanería, desplegada para defender los delfines, la focha cornuda (con perdón de la expresión) o las playas con arena (que es lo que deben tener las playas), puede ser, en lo sucesivo, un delito gracias a la mayoría absoluta de un partido que cuando le descubren uno de sus muchos delincuentes dice que «ha cometido un error en su actividad privada» y gracias, también, a esa tristura de Fernández Díaz, el ministro del Interior, un señor capaz de ensombrecer a una yunta de bueyes zaínos.

Mi correo electrónico bulle de invitaciones y manifiestos contra la ley mordaza „ya tiene nombre y es apropiado„ o limitación drástica del derecho a manifestarse, cuyas restricciones ya aparecen claramente en la Constitución: no nos protejan tanto que, teniendo en cuenta que han permitido el saqueo de la ciudadanía, así en sus cuentas privadas como en los recursos de las administraciones; lo mismo en la severidad fiscal para todos que en la benevolencia para unos pocos amiguitos; teniendo en cuenta que han convertido el trabajo en material de rifa o sorteo extraordinario „de modo que más parece virgen de escayola o bote de almendras garrapiñadas„ teniendo en cuenta todo eso y algunos desafueros más, muy bien que nos hemos portado.

Ni en la disciplinada Alemania podrían presentar una ciudadanía tan contenida, pues en las miles de movilizaciones en las que nos hemos movido desde que el tren empezó a traquetear y a despedir pasajeros por las ventanillas rotas, en tantos años, no ha habido ni una desgracia irreparable, salvo las provocadas por la energía excesiva de algún antidisturbios o por su mala o buena puntería con las bocachas de lanzar pelotas. Mas la incesante contribución de algunos mossos a los departamentos de traumatología y morgues catalanas. La libertad es la única luz, pero no lo digan muy alto que éstos igual nos pasan un recibo.