Dos datos. Uno: en el Reino Unido, cinco grandes fortunas acumulan tanta riqueza como el 20 % más pobre de la población. Dos: según un estudio financiado por la NASA, nuestra civilización se dirige al colapso en cuestión de pocas décadas a causa de la sobreexplotación de los recursos naturales y de las desigualdades sociales.

Dos noticias claramente relacionadas, porque la riqueza de los más ricos del Reino Unido se basa en la sobreexplotación de los recursos, aunque este también es el origen del mayor o menor bienestar que alcanzan los más desafortunados súbditos de Su Graciosa Majestad. Y porque el grado de desigualdad que revela nos proporciona un ejemplo claro de lo que advierte el estudio de Safa Montesharrei y Eugenia Kalnay, de la Universidad de Maryland, y Jorge Rivas, de la Universidad de Minnesota. Dos de ellos son profesores de ciencia política, mientras que Kalnay se especializa en el estudio de la atmósfera y los océanos. Para este trabajo han usado modelos matemáticos y la conclusión es alarmante: nos queda mucho menos tiempo del que creíamos.

Lo peor es que, según el modelo, ambas causas llevan al colapso de forma independiente: puede llegar por la sobreexplotación de recursos, aunque se redujera la brecha entre ricos y pobres, o por la fuerte desigualdad social, aunque se moderase el abuso de los recursos. De manera que es necesario actuar en ambos territorios si queremos que las futuras generaciones hereden algo que valga la pena, y no solo una promesa catastrófica.

La buena noticia es que la rectificación es posible. Tanto la sobreexplotación de los recursos como la desigualdad social se pueden combatir desde las políticas públicas. El mundo occidental se caracteriza entre otras cosas por una fuerte incidencia del Estado en la economía: basta ver el porcentaje de PIB en sus manos. La mala noticia es que, según los propios autores del estudio, la parte alta de la pirámide social está poco por la labor, y ya se sabe que la parte alta manda mucho. Las cinco grandes fortunas británicas „y sus equivalentes en cualquier otro país„ tienen un interés objetivo en mantener un estado de cosas que les beneficia. El contrapeso, naturalmente, reside en los mecanismos de la democracia, que deben ser alimentados con una buena información sobre lo que se avecina.