Tras rescatar el debate identitario y lingüístico con inequívocos fines electorales, el PPCV ha recuperado otra controversia fratricida que también le proporcionó antaño abundantes votos extras: la batalla del agua. El riesgo esta vez es mayor, ya que, a diferencia de la disputa avivada hace unos años entre cuencas cedentes y receptoras a cuenta de los trasvases „la lucha por la cesión de caudales del Ebro que tanto permitía excitar el anticatalanismo„, hoy la contienda se ciñe a una pelea entre hermanos, puesto que tan valencianos son los agricultores de la Ribera como los usuarios del Vinalopó. Esta consanguinidad poco parece haberle importando al Consell, ya que su vicepresidente, José Císcar, ha beneficiado a los alicantinos a espaldas de los regantes del último tramo fluvial del Júcar, el más fértil y productivo al brindar históricamente las cosechas de mayor calidad. Agricultores, ecologistas y buena parte de los políticos de la Ribera „incluidos muchos del PP„ se sienten traicionados. La literalidad del nuevo plan hidrológico se compadece mal con las promesas que recibieron: abre la puerta a construir una segunda toma de agua para el trasvase al Vinalopó en Cortes de Pallás o en el Azud de Antella (a apenas 30 kilómetros de la toma construida y ya operativa de Cullera), fija caudales mínimos para trasvasar que en ningún caso pueden considerarse excedentes, y tampoco garantiza los caudales limpios que necesita la Albufera para autorregenerarse. No ha habido consenso, sino imposición. Otra vez la guerra del agua.