Con independencia de lo duro que sea el mensaje, los valencianos no podemos ignorar la cadencia que sigue toda organización, pública o privada, en la que por las razones que sean, sale más dinero que entra. Los déficits se amontonan día a día y sólo pueden afrontarse con préstamos. A menos que los ingresos suban o los gastos se reduzcan, endeudarse supone incrementar el déficit por los intereses a afrontar. Si la situación no se corrige, aquellos que prestaban dejan de hacerlo y entonces se recurre a mecanismos de urgencia para mantenerse (en nuestro caso, Fondo de Liquidez Autonómica y Plan de Pago a Proveedores).

El paso siguiente (también en lo público) es plantearse medidas que eviten la liquidación de la organización y buscar su continuidad aunque sea con una menor dimensión; circunstancia no exenta de sacrificios y restructuraciones. Entonces entra en juego la sigla ERE, desgraciadamente tan familiar en estos tiempos. Hablar de ERE temporal de una administración pública puede sonar a metáfora ya que mentalmente es algo que se identifica con lo estrictamente empresarial y no con algo institucional, aunque después de lo acaecido con las radiotelevisiones autonómicas algunas seguridades se estén diluyendo.

En el lenguaje político hay un abuso de metáforas como ocultamiento borroso de realidades no asumidas. Zapatero hablaba de «brotes verdes» que hoy sabemos era un simple deseo de recuperación dentro de la impotencia, cuando ya eran otras fuerzas las que marcaban el presente y el futuro. Camps en su desvarío no tenía empacho en hablar de «eje de la prosperidad con una comunidad líder» cuando asumió el poder estaba en el 95 % del PIB de España y hemos cerrado el 2013 con un nivel del 85 %. ¡Ahora tenemos una comunidad líder, un 10 % más pobre!

Más allá de la metáfora se sitúa la cifra engañosa. Lo que sigue procede de una información de Levante-EMV del viernes. «En febrero de 2012, cuando se hizo público el déficit de 2011, se atribuyó a 2010 un desfase del 3,6 % (referido al PIB de la Comunitat) y a 2011, del 3,68. Un año después, al difundirse el déficit de 2012, estas cifras se elevaban al 4,78 y 5, respectivamente. Ahora están en el 4,80 y el 5,12. La de 2012 ha pasado del 3,45 al 3,94». Ahora se anuncia un déficit del 2,33 % en 2013, pero ya se sabe que no están imputadas obligaciones, sin pagar, de dicho año y que en caso de haberse hecho harían insoportable la magnitud del incumplimiento del déficit impuesto del 1,6. No es metáfora literaria, sino banal ingeniería contable.

Con su ingenuidad política, el voluntarioso conseller Moragues, al hablar del espinoso balance de 2013 también recurrió a la metáfora, con todo el impacto que encierran los colores: «No vamos a cruzar la línea roja», y por ello la situación no afectará a sanidad, educación obligatoria y bienestar social. ¿Qué puede significar prometer solemnemente que no se va a cruzar la línea roja relacionada con estos servicios básicos? Posiblemente la respuesta sea que antes de tocar seriamente estos tres servicios, ya se habrán cortado, aún más que en 2013, el resto de gastos de la Generalitat ajenos a ello, tales como infraestructuras, universidades, promoción económica, etcétera. Coincidamos en que sanidad y educación básica son prioritarias y si las cosas se ponen muy crudas, nadie va a discutir acerca de cuál de las actividades del Consell es menos imprescindible.

Algunos puestos quedarán sin respaldo presupuestario para llevar a cabo las actividades que les son propias (directores generales, asesores y otros altos cargos; aquellos que proyectan infraestructuras autonómicas que se sabe no se van a poder construir en medio plazo; determinadas actividades universitarias; subvenciones, etc.). Ante situaciones financieras como la que vive la Generalitat, una empresa privada tendría desde hace meses sobre la mesa la posibilidad de un ERE temporal. Cualquier reconocimiento de su estado crítico tropezará con la rigidez de lo funcionarial, pero nadie puede ser excepción es estos tiempos de decidir prioridades colectivas. No es ofensa intentar abrir un debate ciudadano al respecto.

Hoy, la deuda de la GV „32.000 millones„ es simplemente inasumible. Hemos cerrado el año con 1579 millones en números rojos (el citado 2,33 %) y ello se ha hecho con reducciones en gastos corrientes en bienes y servicios (funcionamiento), en subvenciones y en obras. Si en el actual 2014 hay que hacer que el déficit se reduzca hasta el 1 % del PIB, sólo quedan la opción, mas allá de ayudas que Montoro no sabe de dónde sacar, que entrar en el espinoso Capítulo I de los gastos de personal. Un ERE que puede pasar por prescindir temporalmente de quienes carezcan de posibilidades de hacer su trabajo respectivo en el seno de la Generalitat. Cuando ello se plantee, viviremos situaciones muy difíciles, en las que habrá que decidir cosas inesperadas como si tiene más derecho a quedarse en su puesto de trabajo un oncólogo interino o un funcionario de una conselleria con plaza pero sin trabajo que asumir. Habrá un choque entre necesidades colectivas y derechos adquiridos.

A la dureza de la situación se añaden tres elementos preocupantes: a) Consell y oposición se aferran a la nueva financiación, a metáforas como la deuda histórica, como el quijotesco bálsamo de fierabrás, cuando se sabe que, a corto plazo, ninguna de ellas va a resolver la magnitud del problema; b) los sindicatos parecen no haber considerado la posibilidades de medidas extraordinarias como un ERE y no es deseable dejarlo para manifestaciones muy legítimas, que no aportarán per se euro alguno; c) la falta de autoridad moral propia de la incapacidad del Consell, de los despachos de abogados inútiles y de la aparición de ciertas personas iluminadas sufridos con el ERE de RTVV. Un episodio con demasiados capítulos oscuros de difícil evaluación.

Ojala uno se equivoque, pero el camino hacia algo parecido a un ERE de la Generalitat es algo más que una metáfora sin semántica.