En su estudio titulado «la Diócesis Valentina» (1920) se lamentaba el historiador y canónigo valenciano, José Sanchis Sivera, de que «los valencianos ignoramos los hechos más edificantes de las grandezas valencianas»; a lo que yo hubiera añadido, «no sólo hechos, sino también tradiciones». Porque tradición es que, hacia el año 34, el apóstol Santiago vino desde Zaragoza a Valencia por la célebre calzada romana que discurría hasta Cartagena, nos predicó el evangelio e instituyó nuestra Iglesia nombrando a su primer obispo de nombre Eusebio; aunque el primero que recoge la historia es Justino (531), según el también historiador valenciano, Manuel Sanchis Guarner, en su libro «La Ciutat de Valéncia» (1972). Y vino después que «fue visitado por la madre de Dios en el lugar vulgo Pilar», según un Breviario Romano de 1533 y otro de 1561 que guarda la biblioteca privada de san Juan de Ribera en el «Real Colegio Seminario de Corpus Christi» por él fundado.

Y recoge además la tradición que su predicación produjo tal sorpresa y temor en los valencianos, que dudaron de que la nueva doctrina fuera verdadera; y para aceptarla le pidieron que la confirmase con algún milagro. ¿Y qué mejor milagro podían pedirle que hiciera llover cuando los campos de Valencia, como siempre ha ocurrido, atravesaban uno de sus ciclos de grave sequía? Pues Santiago hizo llover con tanta intensidad, que le rogaron que cesase. Sin embargo, la prueba no llegó a convencerles alegando que las nubes se habían presentado por casualidad. Que hiciera bajar del cielo fuego sobre un monte que se veía a lo lejos. Y también el apóstol hizo bajar fuego con tal fuerza que, aterrados los valencianos, lo expulsaron de la ciudad tachándolo de mago embaucador. Aunque él ya había nombrado obispo a uno de los pocos que habían creído su doctrina. El tal Eusebio.

La fuente de esta tradición se hallaba en unos escritos de san Cecilio mártir, discípulo del propio Santiago y primer obispo de Granada, que fueron encontrados en su tumba cuando fue descubierta, según recoge en el libro IV, cap. II, de sus «Décadas de Valencia» (1610) Gaspar Escolano, cronista oficial del Reino valenciano. Y que él a su vez había tomado de un cronicón del tiempo de los godos, citado por san Jerónimo en su obra «De viris illustribus» (392). Si bien ante estos testimonios cabría también preguntarse qué sucedió para que los citados escritos se hayan perdido y quedaran solo en meras referencias. Pues Prudencio (348-410), nuestro gran poeta latino, da razón de ello en sus celebrados «Himnos». Y es, que se debe al fuerte iconoclasticismo desatado en nuestra península en aquella época, para borrar todo recuerdo de la fe cristiana. Recuerdo que entrañaba esa venida de Santiago a Valencia.

Y recuerdo que llegó a tomar tal forma histórica, que ya en la época visigoda el oficio religioso mozárabe en nuestra ciudad honraba a Santiago el día de su fiesta, 25 de julio. Porque entonces no había duda de su venida. La duda surgió diez siglos después, cuando el arzobispo sevillano Juan Garcia Loaysa en su «Colección de Concilios» (1593) y bajo la influencia del célebre cardenal italiano César Baronio (1538-1607), enemigo de la grandeza política y religiosa de España, le dio por pedir al Papa Clemente VIII la rectificación de ese Breviario Romano a que hemos hecho referencia, donde se hacía constar la tradición de la venida del apóstol Santiago a España. Y el débil Papa accedió con gran malestar del rey Felipe III y del arzobispo de Valencia, el Patriarca Juan de Ribera.

Pero pesaba mucho España en Europa entonces y su reacción no se hizo esperar; porque sus presiones diplomáticas obligaron a Roma a enmendar el texto del nuevo Breviario impreso, y a que el propio cardenal Baronio se retractara de sus juicios. Sin embargo, el mal ya estaba hecho y extendida la duda sobre esta venida de Santiago a Valencia. Imposible borrarla para siempre. Aunque no totalmente en nuestra zona urbana de la Xérea, donde siempre se ha mantenido que su Cristo de San Bult llegó con Santiago a nuestra ciudad.