Estos días se celebra el día de la arquitectura aunque nadie se haya enterado; es el primer lunes del mes de octubre. Está bien eso de reivindicar esta disciplina tan vinculada al ser humano y que ha sido zarandeada en los últimos tiempos por su papel contradictorio en la crisis que nos acompaña y amenaza con quedarse. Aunque no es la arquitectura la responsable, la verdad, sino de los que la han manipulado tomando su nombre en vano. Pero es interesante explicarlo porque ha llegado el momento de cambiar el punto de vista, vincular la arquitectura a otros principios y elegir diferente compañía para el viaje.

El principio básico es el cobijo, arquitectura protectora, amiga, vinculada a la necesidad humana; se trata de la arquitectura de la gente, esa gente que vive dentro de ella. Y también la arquitectura comedida, humilde, construida a la escala adecuada. ¿Se imaginan si en la escuela de arquitectura hubiera una asignatura llamada humildad? Nosotros, acostumbrados a estar subidos al pódium mirando por encima del hombro al resto de los mortales, de pronto, bajamos al suelo. O la arquitectura sensible, lejos de lo estrambótico, de las ocurrencias, y cerca de la realidad del lugar, incluso del sueño, por qué no, pero con los ojos muy abiertos y los sentidos expectantes. La arquitectura como algo que va más allá de construir edificios, que mira al espacio público, al escenario de todos, al paisaje, al urbanismo, a la propuesta social, a la reflexión. Que piensa en los habitantes del planeta, sean minerales, vegetales o animales, habitantes, al fin y al cabo, y genera sostenibilidad. Que resuelve el presente mirando al futuro y considerando el pasado. La arquitectura como una palanca más para mover el mundo.

Esa es mi fantasía. Creo que la arquitectura, o será todo eso, o volverá a convertirse en instrumento depredador del poder, y en mecanismo de riqueza inconfesable y obscena. Tal vez ha llegado el momento de pedir perdón por los excesos, por las banalidades, por las trampas, y reivindicar una arquitectura que nunca debió irse, la que no se deja manejar por intereses ocultos y se enfrenta a los problemas desde el protagonismo de la ciudadanía.