A menudo me hago la misma pregunta. ¿Qué tienen que hacer nuestros gobernantes de una vez por todas? La respuesta es: ofrecer soluciones a cada problema que hayan sido empíricamente demostradas, fijarnos en modelos que funcionen y copiarlos.

«Si los daneses pueden, nosotros también».

He separado la frase para daros tiempo a pensar... «y una leche», pero cada vez que alguien pronuncia «eso, en España, es imposible», nace un corrupto en una fundación fantasma. Aquí, las cosas también cambian. ¿Os acordáis cómo era España en los ochenta? Subíamos diecisiete en un coche y el conductor iba echando el humo del cigarro a los niños, tranquilamente. ¿Conducir bebidos? Ha bajado muchísimo el número de denuncias por alcoholemia. ¿Repentina responsabilidad? Sí, a través de la voluntad política.

A la larga, el cabreo por la imposición desaparece en la sociedad porque acabamos por ver mal conducir ebrios. ¿Veíamos en los ochenta muchos inmigrantes? No. Este país aceptó la misma inmigración en quince años que Francia en tres generaciones ¿Y que pasó? Nada. No hay partidos de ultraderecha en parlamentos importantes, ni un movimiento nazi potente. ¿No fumar en los bares? ¡Cataclismo! Y nada. ¿El matrimonio gay? A pesar de la patética resistencia inicial de los sectores más conservadores de nuestro país, completamente asentado. La gente acepta los cambios si son justos, e insisto porque es lo más importante, si hay voluntad política.

España, por primera vez, ha castigado duramente la corrupción y hay nuevos partidos que pueden sentar las bases para ponérselo muy difícil a los corruptos que siempre habrá. Así pues, tenemos la ecuación casi completa: ciudadanía concienciada más voluntad política para cambiar las reglas del juego, igual a nuevas generaciones creciendo en un ambiente político distinto. En otro país, sí, pero España es un país en el cual poder aplicar políticas ejemplares, empezando por lo que más necesitamos: educación. ¿Cuál es la mejor educación del mundo? ¿La finlandesa? Pues se copia. Sabiendo que hay problemas de adaptación irresolubles se puede llegar a ganar mucho fijándonos en lo que sí es factible que funcione. Y así con todo. Disculpad mi atrevimiento, pero prefiero ser un optimista ingenuo, que un pesimista cínico. Por eso voto cada cuatro años.

¿Que sucedió en Dinamarca? ¿Cómo ha llegado a ser el país menos corrupto y uno de los más prósperos del mundo? Todo el que haya leído a Shakespeare sabe que ha sido un país tan podrido como cualquiera. ¿Llegaron los extraterrestres del planeta Honestidad a contarles el secreto? No. Un buen día, unas personas decidieron que ya estaba bien, que el ser humano se corrompe muy fácilmente, que había que ponérselo difícil. Hubo voluntad política apoyada, sospecho, en el hecho de que un protestante es responsable de sus actos, no como un católico, que se confiesa y punto, pero lo fundamental fue la voluntad política, viniera de donde viniera.

Uno de los grandes logros de occidente consiste en su capacidad de corregirse a sí mismo. En España parece que se abre, aunque frágilmente todavía, un nuevo tiempo en ese sentido. Es nuestra obligación como nación aprovecharlo. Me da igual si es Ciudadanos y Podemos; o Guanyem y Ahora Madrid; o el PSOE y el PP, obligados por el signo de los tiempos a una refundación radical. Aunque esto último nos parezca ciencia ficción, o lo hacen o están condenados a desaparecer si, como es previsible, ningún apocalipsis se cierne sobre España después de que gobiernen los nuevos. Da igual quién lo haga, los partidos van y vienen, lo importante es sentar unas buenas bases de una vez por todas.

Sigamos.