La bombilla de Livermore instalada en un cuartel de bomberos de California, ha cumplido sus 114 años de servicio consecutivo (hoy cuenta con página web, webcam y Facebook), y ha sido analizada en diversas ocasiones y nadie de la comunidad científica se explica las razones de que siga luciendo después de tanto tiempo. Sin embargo, y aunque parezca increíble la bombilla de Livermore tiene también competidoras. Como la de Forth Worth en Texas. O la que luce desde 1912 en la tienda de Suministros Gasnick en Nueva York. O la que lleva encendida desde 1926 en otro cuartel de bomberos, en la ciudad de Mangum en Oklahoma. Nuestra bombilla ya pertenece al pasado. Ahora nos alumbran las halógenas y las de «bajo consumo» pero ya no se sorprende tanto la misma comunidad científica de la escasa duración de las mismas ni de cualquier electrodoméstico, unidades informáticas o terminales de telefonía móvil. No, ya no se sorprenden porque es la misma ciencia en connivencia con las empresas fabricantes quienes se empreñan en utilizar materiales de excesiva fragilidad o la utilización engañosa de microchips que dan la orden de «error» e inutilizan el aparato para con el objetivo de generar a largo plazo un volumen de ventas derivado de reducir el tiempo entre las repetidas compras. Es la era de la obsolescencia programada.

Si la misma aplicación se pensara en el ámbito político sería estremecedor y, sin embargo, los hechos nos demuestran que los grandes liderazgos políticos, los que ilusionan y motivan a la ciudadanía se han ido diluyendo a medida que transcurría el siglo XX. Salvo raras excepciones, la mediocridad impera en nuestra clase política, reflejo de una sociedad de consumo, acrítica, conformista y fácilmente manipulable por los medios de comunicación, en manos de las grandes corporaciones bancarias. Obsolescencia maquiavélica percibida.

Época de cambios y convulsiones sociales, políticas y electorales. Es cierto que desde la Confederación Vecinal de la Comunitat valenciana (Cavecova) hemos peleado por conseguir la participación ciudadana en todos sus niveles de la Administración. Con la composición de los nuevos gobiernos, escuchamos música que nos agrada, y daremos el margen de confianza que siempre hemos dado a todos los gobiernos democráticos, faltaría más. Pero algo me dice que la letra no la conocemos ni nos van a dejar participar en su composición, y no nos gusta. No nos gustan los hechos consumados y sin nuestra participación. El movimiento vecinal ha de alzar la voz o nos encontraremos con la obsolescencia especulativa, la de los derechos de low cost y falsa imagen de dinámicos e innovadores.