El desarrollo de nuestras sociedades nos ha acostumbrado a liberar crecientes espacios de privacidad. En la distribución de las viviendas, los modos de relacionarnos o el acceso a datos personales, la esfera íntima ha crecido en reconocimiento. Contrasta con ello la exposición pública de las intimidades (en internet o televisión), llamativo fenómeno que camina paralelo al aislamiento urbano del individuo; en cierto modo, constituye la otra cara de la moneda. La vida de los otros queda a menudo lejana, mediada por mil filtros y, por eso mismo, objeto a veces de una curiosidad furtiva, blanco de miradas escondidas.

Los vi cuando me disponía a salir del Pont de Fusta. Iban cogidos de la mano: la madre a la izquierda, el padre a la derecha. Ambos jóvenes aún, tomaban la mano de su hijo „algo más alto que ellos, ya un mozalbete„ en un ademán tierno: apenas unos dedos, un contacto leve, lo suficiente para que él se sintiese seguro entre ambos. El muchacho caminaba con cierta dificultad, el pelo rizado, la mirada perdida, la mano de sus padres aferrada con suave firmeza. La casualidad del momento lo convertía en una epifanía, ¡y cuánto amor había en ella! No pude evitar contemplarles a hurtadillas; me convertí en un espía de sus gestos. En momentos así „tanto llega a interesarte la vida de los otros„ piensas en preguntarles algo, la hora quizá, con tal de intercambiar unas frases, de asomarte un poco más a su existencia. Les dejé atrás sintiéndome edificado, ayudado por un silencio más explícito que las palabras, privilegiado por ese efímero acceso a su intimidad.

En nuestro país son decenas de miles las familias con personas en dificultad: enfermos, miembros con una discapacidad psíquica, inválidos. También son muchos miles los abuelos y abuelas que han ayudado a sus hijos y nietos a capear el chaparrón de las múltiples ocupaciones o la sequía de trabajo. La suya es una existencia que no busca el oropel. Su vida es también la nuestra: gracias a esas familias solidarias, fuertes en la debilidad, el tejido social ha soportado el envite de las inclemencias. A veces conseguimos asomarnos a su deslumbrante riqueza. En estos días en que la familia cobra un renovado protagonismo al hilo del sínodo convocado por Francisco en Roma, cabe felicitarnos por tantas vidas de tantos otros: de su fortaleza hemos recibido todos.