El cambio climático es uno de los grandes problemas de la humanidad para el que nos gustaría encontrar una solución mágica y darle carpetazo sin cambiar prácticamente nada; pero no hay magia posible. Ya estamos con los preparativos de la nueva cumbre climática de París, y me viene a la memoria el último fracaso de mayor peso, la de Copenhague. Allí se escenificaron los deseos de compromisos vinculantes por parte de la ciudadanía y las frágiles palabras de los políticos, frente a la inercia de un modelo basado en el petróleo que simplemente está demasiado arraigado como para invertir su inercia.

Científicos independientes como Antonio Turiel, investigador del CSIC, ya afirman que el objetivo de no sobrepasar los 2 grados de calentamiento global, fijado como límite necesario en aquella cumbre, simplemente no va a ser posible. Podrá incluso duplicarse o aumentar más aún en lo que queda de siglo. Es por ello que el cambio climático, más que algo evitable, es una realidad que debe ser urgentemente gestionada, para minimizar lo más posible el aumento de las temperaturas y sus impactos negativos. Una verdadera tarea titánica, por cierto. Es evidente que la consellería del ramo está por la labor, y gran parte del actual Gobierno de la Generalitat, pero recordemos que lo que proponen los científicos para evitar la catástrofe „disminuir progresivamente las emisiones de CO2 hasta prácticamente descarbonizar nuestra economía mundial para mediados/finales del presente siglo„ está en las antípodas de nuestro modelo cultural dominante. No hay posibilidad de crecimiento de la economía sin la quema de combustibles fósiles baratos y energéticamente eficientes, esto ya lo sabemos. Y también sabemos que las renovables no pueden sustituir el nivel de consumo energético que actualmente extraemos de los combustibles fósiles. Una economía desfosilizada debe ser, por tanto, necesariamente más austera. En cualquier caso, haría falta una auténtica revolución civilizatoria para llevar a cabo las transformaciones necesarias en un plazo históricamente tan limitado.

Pensemos en una Comunitat Valenciana con unas temperaturas estivales con picos máximos de más de 40 grados cada vez más frecuentes. Y pensemos en sus efectos en los incendios o en el turismo, del que tanto dependemos. El turista es muy sufrido, pero también tendrá sus límites. Es por ello que debemos aprovechar la cumbre de París para establecer como principal prioridad política y social la mitigación y la adaptación ante el cambio climático. Un ambicioso proyecto necesariamente colectivo y con planes multisectoriales coordinados, que deben liderar los políticos con el correspondiente asesoramiento de expertos pluridisciplinares. Porque el cambio climático afecta al conjunto de la sociedad, y por ello es imprescindible incluir a todos los sectores posibles en el desarrollo del plan estratégico que lo afronte. No hay tiempo que perder, ya hemos perdido mucho.