La aridez es un balance entre las precipitaciones entrantes y el agua que se pierde y no queda disponible para la vegetación. Por tanto, influyen variables como la temperatura (y con ella, la latitud) y el viento, que determinan la evaporación. En las lluvias, además del total, es importante su distribución, siendo más adecuada una precipitación más regular que otra torrencial y muy concentrada en el tiempo. Una variedad de índices tratan de clasificar la aridez y muchos apenas usan la precipitación y la temperatura. La forma más sencilla de sopesar los dos lados de la balanza hídrica y aplicable a más observatorios. Índices tan variados como el de Lang, de Martonne, el cociente pluviométrico de Emberger, el de Dantin Revenga, el índice de erosión potencial de Fournier o la clasificación bioclimática de Bagnouls-Gaussen. Otros, como el índice de aridez de la UNEP y el índice global de humedad, utilizan la evapotranspiración potencial media anual, un valor muy complejo de obtener. El índice de aridez de Martonne -P/(T+10)- distingue seis categorías cuyos nombres son bastante descriptivos: per-húmedo, húmedo, sub-húmedo, semiárido, árido y extremadamente árido. Su aplicación aporta resultados muy geográficos, siendo la península ibérica un territorio de una gran diversidad. El per-húmedo se localiza en sectores del noroeste, cordillera Cantábrica y Pirineos. El resto del norte corresponde al sector húmedo que se extiende hacia el sur siguiendo las principales elevaciones montañosas de las cordilleras Central e Ibérica y Subética y Penibética. El subhúmedo rodea estas áreas en las montañas y avanza sobre las periferias de las mesetas Norte, Sur, y las depresiones de Ebro y Guadalquivir. El semiárido y el árido se concentran en las planicies y el sudeste.