La localización exacta en la superficie terrestre ha sido una cuestión importante en la historia de la Humanidad. Hoy en día, no tiene secreto. Abrimos una aplicación en el ordenador o en el teléfono móvil y a instante sabemos dónde estamos. En un momento, y sobre un mapa, tenemos al momento nuestra posición en latitud y longitud. En la antigüedad, la posición de una ciudad, de un poblado, se hacía en virtud de su pertenencia a un "klimata", es decir, a una banda latitudinal con igual duración de la luz solar en un día. De ahí procede el origen de la palabra clima. La desigual inclinación de los rayos solares en la superficie terrestre establecía el clima o franja latitudinal de un territorio. En el fondo, todos los esfuerzos por conocer la posición tenían como objetivo final saber la forma y las dimensiones exactas del globo terrestre y para ello era necesario calcular el arco de meridiano. Neil Safier nos relata, en un ensayo delicioso, cómo se llevó a cabo esta medición en el Nuevo Mundo, merced a la famosa expedición que organizó, en el siglo de las Luces, la Academia de las Ciencias Francesa. Y en la que participaron científicos y eruditos ilustrados del momento, entre los que destacaron La Condomine, Godin, Bouguer y los tenientes de navío españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa. El objetivo era medir la longitud de un grado de meridiano terrestre en la proximidades del ecuador y, así, describir la forma exacta de la Tierra. Los resultados de esta famosa y azarosa expedición traerían como consecauencia el final del uso de los klimatas como sistema de representación cartográfica y posicionamiento de los lugares en la superficie terrestre.