Siguiendo la definición del Pierre George, el foehn es un viento catabático (o descendente por una ladera) cálido y seco. Cuando una masa de aire ataca una elevación del relieve, asciende. Ya sabemos que en ese ascenso, al disminuir la presión, al aire se expande y ese aumento de volumen deriva en un enfriamiento. El enfriamiento puede traer condensación y precipitación. Incluso en una situación anticiclónica, se pueden dar este tipo de lluvias orográficas. Eso explica las elevadas precipitaciones en las Azores, el archipiélago que da nombre al anticiclón del Atlántico Norte. A la inversa, cuando superada la elevación la masa desciende, el proceso es el contrario: más presión, compresión, menos volumen y calentamiento, que unido a la pérdida de la humedad absoluta en el ascenso, genera un desplome de la humedad. En montañas nevadas puede provocar deshielos repentinos y crecidas. Su denominación cambia: el bora en Dalmacia, el Chinook en las montañas Rocosas, el siroco en Sicilia y norte de África, la tramontana del Languedoc-Rousillon o el zonda andino. En nuestro ámbito geográfico es el ponent o poniente y este pasado miércoles fue un buen ejemplo. En el observatorio de la Universitat Jaume I, la máxima aumento 2´5 ºC sobre los valores de días precedentes, aunque la radiación solar fue ligeramente inferior. El mayor cambio se advirtió en la humedad relativa que en las horas centrales del día pasó del 40% a apenas un 20%, creando una sensación de sofoco. Todo eso motivado por un viento que no reflejó la típica alternancia terral-marino propia de las brisas y a lo largo de las 24 horas sopló del oeste y sudoeste. Mientras en Galicia caían hasta 23´4 litros, las máximas temperaturas del país se registraban entre Murcia y Castellón, llegando a superar los 26 ºC.